55. Dejarse querer

#AmoresTóxicos

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Para Walter Alejandro Cuevas

¿Rúcula o radicheta?

Uno de los malos entendidos de la comunicación humana es creer que uno tiene el dominio de todas sus decisiones. Cuando elegís un jean lo hacés para esos ojos que van a mirarlo y que posiblemente condicionen la elección sin demasiado conflicto. Mirar una película con alguien implica tenerlo en cuenta a la hora de alquilarte una para el sábado a la noche. ¿Rúcula o radicheta? Sabés que le gusta la ensalada de hojas verdes pero… por cuál decidirte. Si el deseo es el deseo del otro, el asunto de la libertad de elección es un gran laberinto que amortigua la triste realidad de saber que nuestras elecciones son elegidas por un otro ausente. De todos modos la dulce ilusión de que hay cosas que podemos elegir libremente nos hace dormir sin demasiadas rueditas verdes o pipitas de última hora. Cof, cof.

Se pudrió todo

Dejarse querer no es una decisión voluntaria. El corazón no es la cerradura, más bien es la llave. Ojalá andemos por las calles angostas de la vida pudiendo elegir por quién dejarse querer y por quién no. Hay una tendencia, un estilo o una neurosis que abren la muralla del afecto a lo Quilapayún, la frase “dejate querer” tiene la misma potencia para levantar tu estado de ánimo como para hundirlo en el mar epónimo. ¿Qué es dejarse querer?, ¿aceptar a cualquier corazón blandito que se acerca con buena onda? ¿Tenemos la obligación de creerle? Que vos me quieras no quiere decir que yo me sienta obligado a quererte. Que vos derrames palabras sobre mis oídos que enaltecen mi ego no quiere decir que te regale un alfajor. Sino sería todo más fácil, te invito a ver el amanecer en una costa mediterránea y nos hacemos felices para toda la vida. ¡Gil! Yo no me llamo un pollo al disco ni me ablando con un emepetrés de Aristiñoño, no me llena que me cambies la goma del auto ni que me expliques el Teorema de Tangalanga. Lo que más me gusta de vos es cuando dejás de esforzarte por hacerme feliz. Dejarse querer no depende ni de vos ni de mí, ¿sabés de qué depende? De que no me rompas las bolas y dejes que la cosa fluya. Y si no fluye… volveremos alegremente a nuestras respectivas cuchas a comer cerezas con hielo y a leer, vos al puto de Cortázar y yo al “friqui” de Louis-Ferdinand Céline. Punto.

El “entre”, el emperador de todas las decisiones

El escenario del “dejarse querer” no se da ni en A ni en B, es “entre” A y B. Hay una química, una coincidencia emotiva, un latir al mismo ritmo. Dejarse querer es celebrar esa coincidencia. El analizador más efectivo para saber si ese torrente de afecto es genuino o es una invención, es preguntarse qué hizo uno para que esto se genere. El ida y vuelta. Hay que prepararse para dejarse querer, vencer los temores de la no correspondencia y estar convencido que un corazón de resquebraja cuando no se lo usa. No hay peor corazón que el que no se usa. El corazón se quiebra por no saber usarlo. Nadie daña el corazón de nadie. Tu ingenuidad, tu especulación y tus deseos de vivir gratis es lo que debilita a tu corazón. La celebración de un vínculo, el abrazo sincero y (sobre todo) la generosidad es lo que hace que tu órgano del latido goce de buena salud.

Al “entre” se lo domestica. Domar es saber encontrar el mismo idioma. El querer es un merecimiento y sólo puede dejarse querer quien sabe que lo merece, no por derecho propio sino porque trabajó para eso. Los que consideran que el querer es una obligación del otro para con uno, están condenados a la esclavitud que todo amo debe soportar.

Dejarse querer es estar preparado para que las yemas toquen las comisuras, para que las palabras te abracen y para que el silencio te afloje las cervicales. Para que el mantel se empecine en hacer feliz a la cucharita, para que la panera se desprenda del humito salado que viaja hacia tus narinas y para que el brindis suene en tus oídos completando los cinco sentidos que participan del acto de brindar.

Dejarse querer es desenfundar las persecutas, dejar la billetera en la mesa de luz, soñar en voz alta. No sentir la obligación de querer a la gente que te quiere pero si a la gente cercana, que no pregunta, que solo se sienta a tu lado y comparte tu campo visual.

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