Por: Fabio Lacolla
Más de una vez, estando en pareja, te imaginas viviendo “para siempre” con esa persona que tenés al lado. Te cierra, porque podés hacer más o menos todo lo que te imaginabas: cine, cena, pochoclo, caminatas, algún que otro viajecito, visitar amigos, dormir cucharita y todas esas cosas que lees en Facebook que hacen tus amigos que tienen incontinencia de exposición y no discriminan la diferencia entre lo íntimo y lo personal. Esas personas que trasladan el minuto a minuto de sus vidas a una red social, justamente lo que les falla es la red individual y subjetiva. El miedo a ser olvidado impulsa la privación de la dulce sensación de ser extrañado.
Pero un día, más tarde de lo que debiera, todo se termina, el teatro queda vacío con una lamparita de 25w colgando del techo más alto. En los teatros vacíos vive un silencio ensordecedor por donde circulan los fantasmas de los personajes que se escapan de los camarines. Si te parás en el vértice de una sala y observás las butacas vacías y el telón abierto, te pegás un viaje alucinatorio sin ningún tipo de químico psicoactivo.
Antes de tu última relación pasaste un periodo de estar solo. Organizaste tu vida de manera tal que consideraste a la soledad como una buena compañía, sabiendo, en el fondo, que en cualquier momento podría llegar un amor verdadero. Perfecto; llegó ese amor y ahí empezaste una nueva temporada con menos agenda pero más complicidad cotidiana. Funcionó todo bien hasta que pasó lo que pasa en muchas relaciones: estalló.
Otra vez sopa. Creés que retrocediste seis casilleros, pero… ¿será realmente así?
El que deja
Nadie comienza una relación seria con la intención de tomarse el palo, pero el amor tiene mucho de estafa. Cuando abandonás un vínculo es porque esa relación ya no satisface vaya a saber qué. Muchos, al principio, se muestran supermanes y a los meses son unos insoportables clarklenes que los acaban de echar del Daily Planet de Metrópolis. Otras, gauchitas y aprincesadas, con el correr de los días se van moniargentizando y trasmutan el deseo sexual en heladera. Quizás no lo ves tan claro. Pero el cuerpo te dice que es hora de partir. Y ahí te volvés a reencontrar con las cosas que, con tu consentimiento, la relación te hizo ir dejando de lado.
Volver a estar solo después de dejar a alguien es sentir que tu vida cotidiana vuelve a llenarse de espejos. Tenés más diálogos con vos mismo y te sentís más oxigenado. El camino de ripio por el que venías transitando se convierte en una reposera al lado de una pileta. Caminás diferente, comés diferente y sobre todo podés pensar sin el apremio pegajoso del otro que sufre simplemente porque lo dejaste de querer. ¿A quién puede seducir que alguien sufra porque lo dejan de querer? Lo que seduce es ver que el otro vive su propia vida sin depender de la tuya y aun así quiere estar con vos. Y hacia eso vas: a vivir tu propia vida sin necesidad de andar rifándote.
El dejado
Ya tenías todo planeado y bajo control cuando de repente el otro, con total naturalidad y mucha culpa encubierta te dice que esto se acabó. Ja ja ja, parece un chiste, crees que te está jodiendo y apostás a que ya se le va a pasar, pero no; viene en serio.
Tenés la sensación que todos los escombros del mundo rodean tu habitación y que nunca más vas a volver a ser feliz. Eso, siempre y cuando consideres que la felicidad era eso. Querés que vuelva a cualquier precio para volver a estar bien. Revisemos eso de “a cualquier precio”. A cualquier precio… nada. Cualquier precio es abandonarse a un deseo que no desea, es aceptar la desnudez en un glaciar; comer lo que sobra. Los precios se negocian desde la propia potencia, y si no hay potencia, no hay negociación, y si no hay negociación, no hay precio y si no hay precio, nada tiene valor. El amor no es caritativo ni solidario, es un lujo que no todos pueden darse. En todo caso el precio del amor es estar bien con uno mismo, eso sí seduce y no el empobrecimiento desesperado de alguien que siente que no puede vivir sin el otro.
Volver a estar solo después que te dejan es la oportunidad de reinventarte en tu propio proyecto de vida. Es el tiempo de desparramar las fotos por el piso y acomodarlas de manera tal que no se te caigan a cada rato en la cabeza. La soledad después del amor es el regalo que la vida te da para que dejes de imitar lo que ves en la pantalla y seas vos mismo tu propio guionista.
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