Por: Adriana Santa Cruz
¿Por qué escribimos?, ¿a quién dirigimos nuestros textos?, ¿qué nos proponemos?, ¿de dónde sacamos ideas para la escritura? Estas son algunas de las preguntas que podemos hacernos antes de enfrentarnos con la famosa hoja en blanco. Todo esto configura lo que lo que se conoce como el problema retórico.
En una entrada anterior, “Planificar la escritura”, abordamos algunas técnicas que propone Daniel Cassany para superar el bloqueo a la hora de redactar un texto: realizar una pregunta, llevar un diario personal, confeccionar mapas y redes, recurrir al torbellino de ideas o a las palabras clave.
Sin embargo, antes de la instancia de la escritura propiamente dicha, es útil que dediquemos algunos minutos a explorar el problema retórico a partir de la siguiente guía:
Propósito
- ¿Qué quiero conseguir con este texto?
- ¿Cómo quiero que reaccionen los lectores y las lectoras?
- ¿Qué quiero que hagan con mi texto?
- ¿Cómo puedo formular en pocas palabras mi propósito?
Audiencia (receptor)
- ¿Qué sé de las personas que leerán el texto?
- ¿Qué saben del tema sobre el que escribo?
- ¿Qué impacto quiero causarles?
- ¿Qué información tengo que explicarles?
- ¿Cómo se la tengo que explicar?
- ¿Cuándo leerán el texto? ¿Cómo?
Autor (emisor)
- ¿Qué relación espero establecer con la audiencia?
- ¿Cómo quiero presentarme?
- ¿Qué imagen mía quiero proyectar en el texto?
- ¿Qué tono quiero adoptar?
- ¿Qué saben de mí los lectores y las lectoras?
Escrito (mensaje)
- ¿Cómo será el texto que escribiré?
- ¿Será muy largo/corto?
- ¿Qué lenguaje utilizaré?
- ¿Cuántas partes tendrá?
- ¿Cómo me lo imagino?*
Estas preguntas se responden oralmente, pero pueden dar lugar a apuntes, notas, esquemas. Todo sirve para que una vez que nos sentamos frente al papel o a la computadora, escribir sea un acto placentero, feliz y enriquecedor.
* Fuente, Daniel Cassany, La cocina de la escritura.