La moda no es inteligente

#BazarDeEstilo

La ropa me emociona. Para mí salir a mirar vidrieras es una fiesta. Cuando era chica quería ser vendedora de ropa y para mis cumpleaños pedía que me regalaran vestidos, “juguetes no”, decía al borde del llanto.

Me cuesta entender la pretensión de la moda por parecer inteligente. Es como esas chicas lindas que necesitan contar que leen, que van a museos o que miran cine japonés para justificarse, como si tuvieran que pedir perdón por algo. Insisten en autosubestimarse como si la inteligencia fuera tan importante. Confunden los términos, en todo caso habría que redefinir el concepto de inteligencia y empezar desde ahí todo de nuevo. Pero no es este el momento ni el lugar para hacerlo y, además, no nos interesa.

Lo que a mí sí me importa es la belleza entendida como lo sublime. Y, en este sentido, la ropa es hermosa y ya, no necesita ser inteligente. Tampoco estoy de acuerdo con el lugar común automático que dice que la moda es una cuestión frívola o superficial, adjetivos fáciles que aparecen en el discurso de los que aseguran que a ellos su imagen les importa poco, esos que, en teoría sólo buscan belleza en el arte y hasta en la ciencia más exacta. Muy lindo eso de buscar la belleza, pero está bueno experimentarla con uno primero. Me intrigan. Habiendo tantas cosas feas, ¿hace falta sumar algo más? Yo prefiero alistarme del lado de los que luchan por embellecer el mundo. ¿Y no es, acaso, una forma de hacerlo mostrar la mejor versión de nosotros mismos? ¿Y no es ésta una gran tarea, profunda y comprometida? Por supuesto, sí, que es importante la belleza interior. No me olvido de esa parte, pero con una nota al pie: el exterior es un reflejo de lo interior. Por eso, además de trata de vivir contenta, procuro rodearme de cosas lindas, que me hagan sonreír, que me recuerden que el universo es hermoso y deleitable. De ahí que la ropa me parezca tan importante: lo que nos ponemos para cubrirnos la piel puede hacer que los alrededores sean mejores, más amables y agradecidos.

Entonces, la ropa, además de cómoda y funcional, lejos de aspiraciones falsas, debería concentrarse en la belleza. Para mí, el saber vestirme bien, el esmerarme por estar linda es un acto de amor, de generosidad, una cortesía hacia los demás, una forma de hacerles -a ellos y a mí- el mundo más cordial. Ya lo decía Voltaire: “No siempre podemos agradar, pero siempre podemos tratar de ser agradables”.