Por: Cecilia Acuña
No voy a pedir permiso para ensayar ideas. Tengo una teoría para explicar por qué se usa la moda de los años 50. ¿Se acuerdan de la película La sonrisa de Mona Lisa? (Un título horrible, dicho sea de paso.) Julia Roberts interpreta a una profesora que llevaba pensamientos nuevos, supuestamente peligrosos, a una escuela de señoritas que se jactaba de formar a las mujeres que se convertirían en las esposas de los futuros líderes del país. Todo en la película es bastante grotesco, no hay sutileza en los personajes, delineados a los brochazos, demasiado predecibles y prototípicos.
Les digo la verdad: me saca de las casillas el personaje de esta profesora que llega con sus aires de liberación, soberbia, con el dedo en alto, parada sobre un banquito sermoneando sin parar. Es como la versión femenina de La sociedad de los poetas muertos, pero sin la parte del suicidio. Julia –no me acuerdo de su nombre en la ficción- se siente con derecho a juzgarlo todo porque cree tener la única verdad legítima. No me malinterpreten, no estoy diciendo que esté en contra de las libertades femeninas que nos fueron consiguiendo nuestras antecesoras. Agradezco la lucha de ese feminismo que hoy considero anacrónico pero que en su momento fue necesario y estuvo muy bien. Lo que me molesta es la parte en la que se empieza a endiosar la rebeldía, que es concebida como lo mejor al extremo de que todo, incluso la intolerancia, se perdone en su nombre.
En fin, me fui de tema mal. Perdonen, se me vienen los pensamientos y no puedo parar. Yo quería hablar de la ropa de estas chicas. ¿Por qué? Porque hoy lo que se lleva son los años 50. A Julia Roberts la visten como a una Frida Kahlo yanqui como para crear ese personaje bohemio entre artista y revolucionaria, ¡qué fiaca me dan! Tanto esmero en “parecer algo”: no parezcan, sean, elijan ropa linda, la que más les guste, la que les quede bien y ya.
Decía, entonces, que se lleva la moda de los años de posguerra. A ver, hoy en realidad, en las pasarelas conviven miles de detalles que pertenecen a distintas épocas, todo se mezcla y se recrea, combinamos el glamour de la década del 50 con el estilo minimalista de los 90 o con el flúo robado de la fiesta de los 80. Lo interesante del asunto es lograr identificar esos elementos para poder incorporarlos con un propósito a nuestro vestuario, como cuando nos damos cuenta de que hacer terapia significa hacer concientes ciertos mecanismos interiores para así controlarlos y vivir mejor. Vuelvo, vuelvo. Lo que quiero es repasar eso que hoy la moda rescata de la época de nuestras abuelas.
-El peplum. Fue popularizado por Christian Dior a principios de los 50 cuando la posguerra reclamaba figuras femeninas entalladas y curvilíneas. Es un volado súper sentador que acompaña a una prenda superior encorsetada, envolviendo la cintura y parte de la cadera. Hoy se lleva hasta en remeritas. Si se hacen memoria se van a dar cuenta de que también es un aplique se usó muchísimo en esos vestidos de tafeta de los años 80.
-Cuello a la base. Se lleva el escote redondo y cerrado –tanto en remeras, blusas o camisas- adornado siempre con un collar corto que hace las veces de un cuello bebé. Puede ser encaje, de piedras, de lentejuelas, de perlas, de flecos y hasta de crochet.
-Polleras a media pierna. Si bien se trata de un largo clásico, tuvo su momento de esplendor en las faldas lápiz y acampanadas de la época. Hoy se reinventa en vestidos con vuelo y en el lady look de polleras tubo ajustadísimas, estrechas, las que se llevan con camisas de seda ligeras y sueltas. A algunas nos parece un largo “bobo” porque no termina de ser ni largo ni corto, como si se hubiera quedado indeciso a mitad de camino, por eso, para que estas faldas nos queden bien mejor usarlas con algo de taco.
-Cinturones finitos. Tengo la imagen de June Allison interpretando a la mujer de Glenn Miller –James Stewart- en la película Música y lágrimas. Ahí, en unas cuantas escenas, la actriz aparece con sweaters o camisitas ajustadas siempre marcando el talle –de avispa- con cinturones finitos. Hoy este accesorio hace furor sobre vestidos de día y en tonos contrastantes.
-Labios rojos. La boca intensa con el rostro pálido era uno de los estilos de maquillaje preferidos de las actrices de los años 50. Recordemos que el star-system de la época era el que dirigía los destinos de las publicidades y las ventas. El rojo intenso como la sangre apenas brillantes son la última tendencia de la temporada.
Ya no me acuerdo a qué venía la parte de La sonrisa de Mona Lisa. Yo quería decir algo con eso. Ah, sí, ya sé. A nosotras hoy nos parece bien la crítica de aquella época, aunque cada tanto hacemos chistes acerca de lo tanto que nos gustaría dejar de trabajar y quedarnos en casa bordando pañuelitos tal como hacían nuestras abuelas. No quiero decir que lo vayamos a hacer, nos espantaría la posibilidad real pero, cuando estamos hartas de todo, medio que idealizamos la paz de las tareas domésticas y nos tienta. A mí molesta en particular que el personaje de Julia Roberts siempre esté tan seguro, nunca entre en crisis y no se tiente de plegarse a lo que era bien visto por la sociedad.
Nicole Kidman está filmando la vida de Grace Kelly, el nuevo ícono idolatrado por las chicas de la moda que andan buscando una alternativa a la ya prendida fuego Audrey Hepburn. Ahora parece que la moda es la rubia musa de Hitchcock. Grace Kelly, además, viene a encarnar parte de ese imaginario que incorporamos desde chiquitas gracias a todos los cuentos de hadas, la chica que es salvada por un príncipe que le soluciona la vida. La historia cuenta que cuando la actriz estaba filmando la película Para atrapar al ladrón –que se las recomiendo mil y mil veces– conoció a Rainiero, el príncipe de Mónaco, y que ahí comenzó el romance que la llevaría a convertirse en princesa y, a la vez, a abandonarlo todo para transformarse en una esposa perfecta.
Aventuro razones que podrían explicar que hayan vuelto los años 50, al menos respecto de la moda. Quizás sea el anhelo de esa vida en apariencia sin sobresaltos: yendo de la cama al living y a la cocina, al jardín y a la casa de la vecina, tal como la vemos a Betty Draper en Mad Men o como la supuesta vida idílica de la princesa Grace. Pero otra posibilidad podría ser que, en realidad, lo único bueno de aquella época es la moda y que por eso vuelve con la tranquilidad de que hoy nos sabemos mujeres distintas, libres y bien paradas. (Quizás vuelve porque sí y ya sin tanto pensamiento, no todo en la vida tiene que tener razones.)