Hubo un verano que con Nacho nos juntábamos todas las tardes. Veíamos dvds de Tori Amos o recitales de Björk, escuchabamos los cds tirados en la cama. Fue hace un montón, pero hace poco Nacho me compartió en mi muro de Facebook uno de esos videos como una novedad: “Viste esto alguna vez?”.
Es un video que Tori está en una casa de pianos y tiene un montón para elegir. Los prueba todos. Dice que prefiere los pianos a las personas. A mí me gusta más un video que ella está en un lugar como un bosque, pero muy luminoso, con mucho sol. Es una entrevista y le preguntan de dónde le viene la inspiración. Tori apunta con las manos al cielo, y de un tirón las lleva hacia los pies “yuuuumm” y de otro tirón las lleva al cielo de vuelta, “yuuuuum” otra vez. “¡Es así!” concluye.
A mi me gustaban un montón esas tardes, y como Nacho vivía cerca de mi casa iba en bicicleta. Es bien sabido que las bicicletas atadas en la calle, con el candado que sea, las roban. Por eso la subía al departamento. Era re complicado. El ascensor era chiquito, había que levantarla y doblarla toda y doblarnos nosotros para entrar también. Arriba había que sacarla y hacer unas vueltas en el aire para poder pasarla por la puerta. Adentro esquivar a Leila que le ladraba a las ruedas (¿Qué piensan los perros de las bicicletas?) y al final, dejar la bici en el lavadero.
Igualmente las tardes eran más lindas porque llegaba y me iba en bicicleta. Una tarde que fui, la dejé atada con candado a un árbol. Ir en bici, dejarla abajo, subir a pasarla bien escuchando música. Era un buen plan. Hacer las cosas más simples.
Así paso la tarde hasta que se hizo de noche. Bajamos, y cuando salí por la puerta de entrada al edificio, la bici no estaba. Solo quedaba la cadena cortada en el suelo. Me di vuelta y lo mire a Nacho que todavía no se había dado cuenta de nada, se lo expliqué con palabras “me robaron la bicicleta”.
Una vez para el día de Reyes me regalaron un reloj de Bart Simpson, que no era resistente al agua. Pero no me lo quería creer y a los cinco minutos de recibirlo, escondida de mis abuelos, lo metí abajo de la canilla. Lo rompí. Aparecí diciendo “No era water-proof”, cosa que ellos me había aclarado quince minutos antes.