La última vez que viaje en bici, era cuando lo hacía regularmente desde mi casa al trabajo. Un recorrido desde Caballito a Palermo, ida y vuelta, de lunes a viernes.
Ahora vivo en Lomas de Zamora, desde donde hasta Capital no se puede ir en bici, y pedalear por los alrededores no es tan cómodo, la mayoría de las calles son empedradas, y el tráfico es tan ligero que termino agarrando el auto, o también voy mucho caminando.
La bici la elegía por ser el transporte más práctico: rapidez, salud física y mental, era lo que me daba y yo necesitaba. Pero ahora y acá, las cosas cambiaron.
Mi bicicleta quedó guardada en el balcón, desde donde disfruta desde el piso 16 a una ciudad de vista abierta, con árboles y césped en todas las veredas, sol y aire que se cuela hasta en el asfalto, sin construcciones altas (salvo esta desde la que estoy escribiendo, y otras más atrás quizás, que no se ven para donde apuntan mis ventanas).
Las dos ruedas también ofician de decorado en todas las fotos que le saco a mi perro, porque su nuevo colchón, tan nuevo como el hecho de que él y yo ahora compartamos nuestra vida juntos, está adelante de la parte del balcón donde quedó la bicicleta.
Hay un parque por acá, que era un basural y entre todos los vecinos lo arreglaron y ahora es un lugar hermoso. Tiene un camino de cemento que lo bordea. Planeo ir con mi perro dentro de poco y probar ahí la bicicleta, donde el camino es liso.
Es una nueva etapa de usar la bicicleta como paseo de fines de semana.