Por: Nicolás Mavrakis
Catálogo instantáneo que se funda sobre la literatura argentina del presente, pequeño inventario para un museo del porvenir, el próximo Borges, aquel autor cuya lectura de su tiempo será capaz de cifrar las coordenadas de toda una época, ya está escribiendo. Aún sobre papel o bytes, no se trata de descubrir quién será el Borges del futuro, sino de la certeza de que ese autor o autora ya está pensando y produciendo su literatura ahora.
La apuesta de este blog es dejar constancia de las preocupaciones estéticas de una generación y de algunas de las obras literarias que en el futuro serán leídas como textos precursores.
* Autor #1
Nombre: Damián Huergo
Edad: 29
Libro: Ida (Parque Moebius, 2012)
Temas: Voces urbanas, dramas íntimos, espacialidades que no pueden escapar de lo colectivo, ecos del pasado y la resonancia de algunas preguntas sobre el futuro construyen su universo narrativo.
Por qué hay que leerlo: La lectura sociológica tuvo un fuerte anclaje como brújula simbólica tras la crisis de 2001. En tanto sociólogo, la reflexión literaria de Huergo sistematiza desde un estilo narrativo sencillo sentidos ligados a la pregunta sobre lo colectivo. La espacialidad urbana cobra por eso una densidad particular: los modos en que una época construye las subjetividades de sus habitantes y también sus intercambios y dramas puede leerse también como el producto de una estructura racional planificada para circular por el espacio.
Huergo trabaja esas zonas narrativas con una fuerte presencia en la tradición argentina del siglo XX pero lo hace a la sombra del desgarramiento del tejido social con el que se inauguró el siglo XXI. Es la sombra de esa experiencia la que, como un velo entre las fantasías de una lejana modernidad y su efectiva corroboración como derrumbe milenarista, hacen de las narraciones de Ida una caja de resonancias donde las preocupaciones por el presente y por el futuro tienen poco o nada que ver con los valores románticos del pasado.
¿Por qué leer Ida en el futuro?
Quizá por mi formación como sociólogo no puedo dejar de pensar al leer literatura qué dice ese libro del período que trabaja. La época que abarca Ida son los años que siguen a la —denominada— crisis del 2001. Y así como se lee a Steinbeck —salvando las distancias— para entender la crisis del 30, creo que parte de la literatura que se escribió en la Argentina postindustrial y en quiebra, ayuda a pensar cómo se llegó a esa situación. A su vez, permite dilucidar las subjetividades individuales y colectivas que se construyeron en esos años de ebullición, que luego operaron –política y culturalmente- en los siguientes periodos kirchneristas. A Ida lo incluyo dentro de ese conjunto de libros. Diciembre del 2001 fue clave para la Argentina y, sobre todo, para mi generación. Para saber dónde estamos hay que ver de dónde venimos. Siempre me pareció más interesante la literatura que el periodismo o las ciencias sociales para saber dónde y junto a quién estoy parado. A grandes rasgos los quince cuentos de Ida tratan sobre trenes y libros. Sin embargo, los lectores del futuro que raspen la superficie, se encontraran con un mapeo postcrisis que incluye la dificultad de inserción en el mercado laboral para los jóvenes, la naturalización de los trabajos precarizados, el descenso social de los “nuevos pobres”, las estrategias de supervivencia ante la hambruna, los avances de la economía informal —como lo fue el club del trueque—, las brechas territoriales, las consecuencias en el transporte público de un Estado ausente, la mercantilización de la cotidianidad por la industria del turismo, la fugacidad del amor y, en especial, la posibilidad de la amistad y los consumos culturales. Estos últimos como refugios de socialización ante el bombardeo individualista del neoliberalismo, que nos educó —a nuestro pesar— formal y sentimentalmente.
¿Papel o bytes?
La verdad es que me importa que el texto se lea, del modo que sea. Me interesa tanto el formato papel como el digital. Los dos caminos son viables y complementarios. Ambas vías sirven para acercarse a los lectores, aunque sea de un modo parcial, como puede ser al subir un fragmento de un cuento por Facebook o por ciento cuarenta caracteres o postearlo en un blog o que te publiquen en una revista virtual. El uso de las redes sociales es fundamental como anzuelo para acercar a lectores al papel. Con esto no descubro la pólvora ni que la guerra de Irak fue por el petróleo, claro. Sin embargo, veo diferencias en este matrimonio por interés. Creo que las editoriales y los autores ya no pueden pensar el formato papel sin su multiplicación al infinito en bytes. En cambio, pienso que sí pueden prescindir del libro en papel aquellos que deciden y tienen la posibilidad de publicar en plataformas digitales. La dependencia es asimétrica. Y creo que en ese vínculo desigual empieza a definirse el futuro.