Los hoteles son un clásico dentro del misterio. Miles de almas pasan por sus habitaciones cada día, con sus alegrías, miserias, penas y energías a cuestas. Algunos, los más viejos, saben de la muerte y sus vericuetos, de paros cardíacos, sobredosis, ahogados, simples despedidas o, incluso, asesinatos. Quizás por eso, mucho de lo que se atribuye al mundo de lo desconocido, a las puertas de contacto con el más allá, sucede bajo los techos de estos lugares de paso que, a veces, perecen empecinados en espantar a sus huéspedes o, quizás, invitarlos a ser parte de “algo más”.
Desde “El Resplandor” de Stephen King hasta la famosa habitación 1408 de la película, la ficción y el horror se han encargado de plasmar (quizás al extremo) esa sensación de amor-repulsión que sentimos por los hoteles. Es que por un lado se trata del lugar adonde uno llega para descansar, para relajarse, para sacarse de encima la mezcla emocional de un viaje. Pero por el otro (al menos en mi caso), no puedo menos que imaginar las cosas que habrán sucedido en esas habitaciones. Hombres o mujeres solitarios tragando lágrimas una noche cualquiera, parejas felices derrochando vida o ancianos medio aburridos viendo TV. Da lo mismo si se trata de habitar un espacio que jamás será de nadie, un espacio destinado al eterno manoseo de lo pasajero, por más lujoso y cuidado que parezca. Continuar leyendo →