Una de las primeras cosas que recuerdo de mi infancia es mirar a las estrellas y sentir ganas de abrazar el cosmos. Ese cielo oscuro decorado por millones de soles distantes me parecía familiar y mágico al mismo tiempo, inalcanzable y calmo, hipnótico y misterioso. Pasaron los años, los vaivenes, los golpes y los aciertos, pero las estrellas se mantuvieron allí. También mi fascinación por el misterio como clave de toda búsqueda, de toda pregunta humana.
Ciencia y Misterios van de la mano, no tendríamos uno sin el otro. Desde la incógnita de la vida hasta la de si estamos solos en el universo, desde un virus hasta la enfermedad que provoca, desde el acto creativo hasta el funcionamiento del cerebro humano.
¿Y qué son esas luces en el cielo? ¿de qué hablamos cuando hablamos de tiempo? ¿cuánto espacio nos separa de la realidad? ¿cuanto de realidad hay en la percepción?
El misterio es el borde, la frontera de la intimidad. Estos casos adversos a la lógica, inconclusos por definición, nos invaden en la ruta y en la cama; dejan marcas que escapan a todo análisis de las formas y motivos. Las preguntas se hacen interminables y, muchas veces, el misterio tiene más que ver con la vida diaria de lo que pensamos. A veces adopta la forma de una simple pregunta, a veces se aparece en medio de la noche para arrancarnos de lo cotidiano y llevarnos a un mundo insólito y desconcertante. En todos los casos, el misterio convive con nosotros desde el principio y es mi camino oficiar del eterno curioso que pregunta —a diestra y siniestra— para intentar tener un atisbo de la verdad.
Mi búsqueda pasa por las herramientas, por encontrar puertas donde antes se levantaban murallas, esas que tanto dieron de comer a los astutos de siempre, que no pierden oportunidad en vender cuentos chinos (si, de esos que se gritan desde lo alto de la Gran Muralla). Por eso me acerco sin dudas a la ciencia, desde los misterios. Consulto, insisto, contacto y busco entre las personas que tienen esas herramientas para ver cómo podemos hermanar lo que antaño parecía imposible. Pero es un camino sinuoso: ¿Seremos capaces de evitar el golpe? ¿De proponer teorías descabelladas y encontrar el sustento como para planear hasta algún punto donde la sabiduría popular y la ciencia se pongan de acuerdo en estos temas tan escabrosos?
Por eso propongo pensar más que creer.
Vos y yo creemos en algo y de alguna manera nos sirve para superar los grandes-pequeños dilemas cotidianos. Pero a la hora de buscar respuestas a los misterios más crípticos de la humanidad es necesario sacarse de encima el realismo mágico y comprender que necesitamos pensar lo real como parte del dilema de encontrar quienes somos, para que estamos aquí e incluso, si es que Dios y la ciencia son hijos de la misma conciencia.
Miro a las estrellas y pienso en el camino, sin dudas es un misterio, y es lo mejor que puede pasar.
Bienvenidos al blog de Ciencia y Misterios.
Fernando Silva Hildebrandt