Desde Punta del Este
Sin la histeria y la ansiedad de otros festivales, donde la grilla puede promediar las quinientas películas, Punta del Este prefiere concentrarse en unos pocos pero buenos films. Aquí no hay necesidad de correr de una sala a la otra y todo transcurre con la característica calma uruguaya, alternando entre las hermosa sala Cantegrill, la igualmente coqueta Casa de la Cultura de Maldonado, el casino Nogaró y, sí, la playa (ayer fue una jornada espectacular jornada de treinta grados).
Ayer se exhibió Showroom, de Fernando Molnar, representando al Panorama Iberoamericano. La película se centra en el drama que padece Diego (Diego Peretti), acaso el de más de un argentino: perder el trabajo en la mitad de los cuarenta, con riesgo de quedar excluído definitivamente del mercado laboral. Sin mucho preambulo, Diego es echado de la ¿empresa? donde organizaba fiestas y eventos, actividad que de todas maneras no parecía satisfacerle demasiado. Ante tamaña encrucijada, y con una mujer y una hija que mantener, decide aceptar el “salvavidas” que le ofrece su tío: vender todos los pisos de una fastuosa torre palermitana en construcción de la que es propietario y, de yapa, mudarse a la casa del Delta que el tío tiene desocupada. Este cambio brusco, por supuesto, ocasionara trastornos tanto en Diego como en su familia. Showroom parece en principio pintar un cuadro costumbrista de una realidad argentina (más porteña, por cierto), en la que la perdida del status es casi motivo de condena social. Pero el personaje de Peretti se va volviendo cada vez más oscuro (encarnado con la habitual solidez del actor, donde los gestos son todo) y la película de Molnar -mas allá de un par de clisés obvios sobre el hippismo- se retuerce lo necesario para eludir lo previsible. Buen paso de este documentalista que debuta en la ficción.
En su brevísima duración (apenas sesenta minutos), Dominga Sotomayor muestra en Mar, al igual que en su debut De jueves a domingo (2012), el viaje veraniego de una pareja a punto de resquebrajarse. Correspondiente a la Competencia Latinoamericana, la película sigue a los treintañeros Martín (Lisandro Rodríguez) y Eli (Vanina Montes) en una vacaciones en Villa Gesell que empiezan mal. El auto en el que van, propiedad de la madre de Martín, no tiene los papeles, por lo que su dueña deberá alcanzárselos de apuro, y de paso, se instalará en la casa que alquiló la pareja. Está presencia locuaz y algo alcohólica (buena tarea de Andrea Strenitz) no hará más que debilitar una relación ya de por sí condenada al fracaso. Mar se rodó durante los días en que un rayo mató a tres jóvenes en un balneario gesellino, por lo que quizás ese espíritu de tristeza sobrevuela buena parte de la película (de hecho, hay referencias explícitas a la tragedia). Los silencios parecen ser un recurso habitual en el cine de Sotomayor, y da la sensación de que Eli y Martín insinúan más de lo que realmente se dicen. ¿Demasiado jóvenes para ser adultos, demasiado adultos para seguir siendo jóvenes? Eternos interrogantes sobre la crisis de los treinta.