Ser coleccionista de juguetes es una actividad de alto riesgo. Cada día estamos a punto de gastarnos todos nuestros ingresos y ahorros en una edición limitada de una réplica de un objeto de una película, o en una rara y añeja figura de acción de la que sabemos se ha hecho solamente una escasa cantidad de ejemplares. Corremos el riesgo de chocar contra la incompensión generalizada, al ser tildados de “frikis” o “nerds”, especialmente por nuestros extraños hábitos.