Cuento TERRENO NEUTRAL – I parte

#ColoresDeMilagros

“La vida humana acontece solo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuales de nuestras decisiones fueron correctas y cuales fueron incorrectas. En la situación dada, solo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones”.

                                   Milan Kundera en “La insoportable levedad del ser”

Entre el cielo y la tierra

Había viajado a Montevideo por el fin de semana. El motivo era el casamiento de una amiga que había conocido por casualidad en un viaje años atrás.  El fin de semana paso entre lluvia intensa y charlas de mujeres. Acompañando los últimos suspiros de soltera hasta el final. El casamiento resulto grandioso. Bailamos, comimos y sobretodo compartimos este amor que existía entre estas dos personas que se unían para afianzar en papeles algo que ya lo estaba de hecho. Me puse a pensar que al final los seres humanos nunca dejamos de festejar, si no es un nacimiento, es un bautismo, luego llegan los quince años y de ahí al casamiento, las bodas de piedras preciosas continúan sin cesar.

 

Desde la mañana del domingo, la lluvia no había tenido descanso. Una cortina celeste y gris omnibulaba la visión al acercarte a la ventana. Día de tormenta, lluvia y viento provocaría que el barco que cruza cotidianamente el Río de la Plata no pudiera hacerlo. Así se paso el día, dentro de cuatro paredes, charlando entre amigos.

La noche nos sorprendió sin que la lluvia le diera su lugar. Al llamar por teléfono a la estación, me confirmaron que dada la tormenta el barco no saldría hasta el día siguiente a las 6 de la mañana. Así que me fui a dormir sin dar más vuelta al asunto, llegaría solo un poco  tarde a trabajar pero tenia una razón.

Me levante a las cinco de la mañana. Despedí a mi anfitriona, y siligiosamente saque los bolsos del departamento. Aún con lluvia, salí en un taxi con rumbo a la estación de Tres Cruces. Supuestamente, el autobús con rumbo a Colonia saldría a las 6 de la mañana, así que al llegar decido tomar el desayuno para luego hacer la cola que cada vez se extendía más. Comienzo a escuchar el bullicio de la gente que comentaba que seguía la tormenta, así que el barco de Colonia no saldría a la hora prefijada y que tendríamos que esperar hasta que prefectura diera la orden de salida. Al encontrarse los dos puertos cerrados desde el sábado, decidieron que aguardemos en Montevideo al no tener precisión porque puerto saldría el barco. La gente comenzó a conglomerarse en el mismo lugar, preguntando la misma pregunta sin respuesta: ¿A qué hora saldría?

 

Al ver el panorama decido buscar un asiento más alejado, en la estación,  pero del cual pudiera divisar cuando hubiera algún tipo de movimiento de embarque. Luego de dejar el bolso y encontrarme cómoda, a pesar de la dureza del asiento y del frío que hacía en la estación, me dispuse a esperar leyendo “La insoportable levedad del ser”. Maravillándome con las historias de Kundera, que hicieron que el paso del tiempo no se sintiera. De vez en cuando interrumpía mi lectura para ver el reloj que colgaba de la pared justamente enfrente de mí y a observar el ambiente que me rodeaba.

Los uruguayos poseen ese aire de provincia, esa tranquilidad innata que los hace diferentes a los argentinos, de apariencia similar pero internamente más puros. Disfrutaba observar a la gente tomando el mate, tienen una especie de romance apasionado que no pueden soltarlo. Caminan, conversan, corren, actúan con el mate bajo el brazo, convirtiéndose en parte de su cuerpo, en una extensión de su brazo.

Las horas fueron pasando y ni noticias de cuando embarcaríamos. A las 8:30 hs, el libro ya no lograba atraer mi atención. No llegaría al trabajo. El frío y la espera no me hacían ya gracia. Comencé a levantarme varias veces para ir a preguntar a la recepción de la empresa, pero antes de que lograra llegar me enteraba que todavía no había noticias. Este ida y venida de varias de las personas que nos encontrábamos esperando, derivo en un dialogo entre los que nos encontrábamos sentados. A la derecha una pareja de personas mayores se comunicaban con miradas cómplices sin emitir sonido, pero demostrándome que compartían el sentimiento de sosiego, de incertidumbre sin resolver. Al frente mío se encontraba un hombre con su señora y un chico que debía ser su hijo por lo que se deducía en el trato. Al lado mío un hombre de unos treinta años, con mirada ausente y con aspecto de cansancio. Alrededor había personas por doquier, a pesar de que el día era gris, la rutina de un lunes a la mañana ya se sentía por el movimiento desde temprano.

 

En un momento, al ver el reloj sentí que tenía que llamar por teléfono a mi oficina para avisar que no podría llegar a trabajar en el día de hoy. Estaba parada en la estación sin saber cuando podría cruzar el “charco”, expresión que se utiliza para denominar al Río de la Plata. No había forma de hacerlo, los autobuses tardaban más de ocho horas y ya llegarían tarde además de no devolverte el dinero para comprar el nuevo pasaje. Hasta el aeropuerto estaba cerrado por el mal tiempo que aquejaba.

Luego de un rápido llamado volví a sentarme en el mismo lugar. La verdad ya no tenía interés en el libro. Así que luego de algunos minutos de observar el reloj, sin saber realmente como,  me encontré conversando con la señora, su marido y su hijo y el otro hombre de mirada cansada. La espera al ser compartida pasaba más relajada, compartiendo un poco las historias personales de estos uruguayos.

El hombre cansado estaba desde la noche anterior sin dormir, esperando que saliera el barco que lo cruzaría a destino. Había llegado a la estación y le notificaron que el barco no saldría así que luego de ir a jugar al casino por unas horas volvió a esperar en los sillones de la estación a que se hiciera la hora de partir. Estaba fatigado y se notaba, no había dormido en toda la noche, y había previsto que lo haría dentro del barco.

En el caso de la familia, el hijo volvía a Buenos Aires donde estaba viviendo con la novia hacia ya dos años, pero dado que no tenía los documentos en orden tenía que volver cada dos meses para regularizar su situación. Su padre luego de esperar un rato se retiro a trabajar. Su madre lo acompañaba con entretenida charla, comento que podía hacerlo porque estaba de receso desde hacia unas semanas, ya que el banco en el que trabajaba había quedado en bancarrota y la habían dejado cesante. El efecto corralito argentino había contagiado a la otra orilla del Río de la Plata, provocando varios cierres de bancos uruguayos debido a la corrida de capitales. Todavía cuesta pensar que en el siglo XXI suceda algo sin igual, no hay parámetros para comparar lo que ha sucedido en estos dos países que se insertaron, a pesar de la resistencia durante años, en la coyuntura latinoamericana.

Reducidamente comente el propósito de mi viaje, y de lo bien que lo había pasado a pesar de la lluvia que ya era una constante en mis viajes a Montevideo. En las varias oportunidades precedentes en las que había ido de visita a está capital de melancolías encontradas, la lluvia siempre estuvo presente intensificando este sentimiento arraigado en mi ser. Asimismo, si no fuera que mis amigas trabajaban y hasta las 18:00 horas no salían de su trabajo no me molestaría no poder embarcar. Pero el hecho de estar esperando sin hacer nada, sabiendo que estoy perdiendo un día del trabajo, no me resultaba de lo mas encantador.

 

Seguimos esperando, los minutos pasaban mientras seguíamos conversando de la crítica situación que estaban atravesando estos dos países en los que habitábamos. Es el tema de la actualidad que no se puede obviar en ninguna charla. Ha perforado las entrañas de todos sin poder todavía superar la instancia que todavía nos falta luchar. Sobretodo, la desocupación y la incertidumbre que predomina en el ambiente de Argentina y Uruguay es una realidad que se hace difícil de aceptar. Pensar en que tan solo unos meses atrás, las monedas tenía un peso que nos hacían vivir en una ilusión si la sabíamos aprovechar. El encantamiento del dólar había nublado la esperanza a estos países vecinos que sufrían de los mismos problemas y que no sabían como superarlos. Mientras los uruguayos creían que los argentinos superaríamos la crisis antes, por la pedantería criolla; yo creía que la reestructuración que se necesita en Argentina, duraría años. Se necesita volver a educar a un país, que valore lo que es trabajar, y que busque la superioridad a través del esfuerzo y no que dependa de la amistad del que se siente a gobernar.

La corrupción ha afectado a  todas las capas de la sociedad imposibilitando el crecimiento interno y la esperanza de que con esfuerzo todo se puede cambiar. Se ha herido a una sociedad que vivía en una burbuja de cristal, recién ahora logra ver lo que hace tiempo mostraba la realidad: la injusticia y la desigualdad. La emigración en busca de una mejor realidad es otro de los problemas que afectan a nuestras sociedades y de la cual los jóvenes se ven más afectados. Es así como estos dos uruguayos se habían ido a Buenos Aires en busca de una oportunidad. Mientras los argentinos ven en España la tierra prometida que años atrás expulso a sus abuelos por la misma razón que ahora atrae a sus nietos. El ciclo de la vida de esta forma parece que es circular.  Una paradoja más de la globalidad.

En un momento, la fila que todavía permanecía inmutable esperando embarcar comienza a aplaudir y a gritar en forma de repudio de la situación. Demostrando de esta forma la falta de paciencia que existe en la actualidad. La gente ya no tiene capacidad de aguantar más nada, la situación que se ha vivido a lo largo de este año (2002), ha marcado a las personas de tal forma que no existe más la tolerancia. Cualquier situación de injusticia se convierte en una razón para protestar.

Recién a las diez de la mañana avisaron que cabria la posibilidad de que saliera un barco a las 14:00 hs, pero no se podía confirmar de antemano, por lo tanto había que dejar un teléfono y la empresa se hacia responsable de avisar a cada uno de los pasajeros. Lo que no contaba es que no solamente uruguayos había entre los pasajeros, sino también argentinos que habían ido con el dinero justo para el fin de semana, y que esta situación totalmente de improviso se convertía en un contrariedad dado que ya no tenían más plata y de que el cambio ahora no beneficiaba. Por lo tanto esto derivo en una protesta generalizada, escuchando de las más variadas historias para que la empresa se hiciera responsable de los viáticos. Desde que perdían el día del trabajo, a un curso que habían pagado, a la recibida de unos de sus sobrinos, o a la oportunidad de un negocio que se esfumaba, si no se presentaban. Variadas razones por las cuales debían estar en Buenos Aires se escuchaban sin cesar, y la empresa no daba solución, ni tampoco explicación.

Luego de haber avisado al trabajo decidí no darle más importancia al asunto, y disponerme a esperar. De esta forma agarre nuevamente los bolsos y me quede mirando a la muchedumbre de gente que venía hacia la oficina de la empresa para informarse. No sabía que hacer. En una milésima de segundos un montón de posibilidades aparecieron por mi mente, cuando se me acerca la señora que se encontraba sentada al frente mío hacia unos segundos atrás. Su hijo se encontraba a la distancia observando la situación. La madre me invitaba a que me fuera a la casa de ellos, ya que estaba cerca, y así podría tomar unos mates, y estar en un lugar caliente. Dude unos segundos, dado que esta opción no la había tenido en cuenta. Pensé en quedarme leyendo sola tranquila en la estación y así terminar el libro, cuando me pareció que no podía rechazar la invitación. Algo en mi interior me decía que tenía que aceptar. Así fue, como sin pensar demasiado, me encontré en un taxi rumbo a la casa de unos desconocidos que conocí segundos atrás en la estación. La situación resultaba muy graciosa. Comencé de esta forma a pensar que era parte de mi destino que me quedara ese día en Uruguay

 

El taxi solo hizo unas cuantas cuadras, pero el frío y el viento imposibilitaban la posibilidad de ir caminando. Llegamos a un edificio. La madre no dejaba de disculparse por el desorden que había en la casa dado que todo el fin de semana no habían estado en la ciudad. Interiormente tenia dudas de que hubiera hecho lo correcto, pero la verdad me sorprendió su actitud tan hospitalaria.  Llegamos al departamento, que estaba en el último piso. Dejamos los bolsos. El calor de la casa me hizo bien para darme seguridad de mi presencia allí.

Era un departamento de cuatro ambientes. El living estaba atestado de adornos, cuadros, tapices, fotos, cacharros colgados. No había paleta de color definida, ni tampoco estilo claro. Lo que podía asegurar era que cada objeto tenía su significancía e historia y constituía algo difícil de olvidar. A su vez había variedad y cantidad de muebles, desde repisas atestadas de objetos, a banquitos con girasoles en vivos colores a mitad de pintar. Fotos por doquier completaban el lugar.

La madre se puso a preparar el mate y los biscochos, mientras yo me sentaba en un sillón a conversar con el hijo, que se llamaba Sebastián. Tenía 24 años recién cumplidos. Su aspecto era atractivo, masculino, morocho, de tez morena, con candado prolijamente cortado que intensificaba sus rasgos. Era alto, fornido. De repente llega el padre con el mate en brazos. Venía solo por unos minutos, le resulto extraño llamar a la casa y que no le contestara nadie, así que decidió ir a la estación y al encontrarse con que el barco no había salido creyó conveniente ir a ver que pasaba en su casa. La madre hizo mención de mi presencia, de la invitada que habían traído a su casa. El padre nos hizo prender la televisión, de esta forma descubrimos el inconveniente que la empresa no había mencionado.

En el informativo de Buenos Aires mostraban que el viento se había llevado el agua. Se planteaba que la bajante del domingo del Río de la Plata fue la más importante de los últimos 18 años y que había provocado una serie de inconvenientes. El bajo nivel del río, combinado con los fuertes vientos, hizo que muy pocos buques pudiesen ingresar al puerto de Buenos Aires. El informativo lo relataba de esta forma: “los fuertes vientos del noroeste empezaron en los primeros minutos del domingo. Y de a poco fueron haciendo que el agua del río avanzase cada vez más hacia el Atlántico. La costa porteña, entonces, se empezó a secar: bajo el muelle del Club de Pescadores, por ejemplo, sólo quedaron charquitos de agua. Tanto los fuertes vientos como la importante bajante del río impidieron la circulación normal de los barcos. Los que llegaron, arribaron con dificultad, mientras que los pasajeros debieron descender por la rampa de autos. En tanto, en Montevideo y en Colonia, Uruguay, los puertos están cerrados”.

Desde 1984 que no sucedía algo igual, los barcos no podían llegar a orilla porque no había agua, por lo tanto no solo era debido a la tormenta que no salían los barcos. Era realmente de no creer, algo impensado que sucediera. Las imágenes de la televisión eran realmente sorprendentes, se podía observar la orilla ya que no había agua en el puerto de Buenos Aires. Asimismo, noticias de un tornado en los Estados unidos que había dejado saldo de decenas de muertos y destrozos de importancia, se combinaban con incendios forestales, y volcanes que se detonaban. Mientras tanto por la ventana, se podía ver como los cables de las antenas volaban, se habían soltado dada la gran velocidad del viento que se intensificaba.

 

La casa tenia un desorden que denotaba calidez, esa calidez que se siente al solo pasar la puerta. A lo lejos se veía una mesa llena de cosas, y al costado unos cuantos cuadros sin terminar lo que derivaron a que preguntara quien pintaba. La madre pintaba de forma decorativa, y el padre de vez en cuando pintaba paisajes; ambos de estilo realista. Con orgullo, me mostró los trabajos del padre, un paisaje del Faro de Cabo Polonio, y una pintura de la entrada de una casa colonial de Colonia. El joven cooperaba en las manualidades familiares haciendo los marcos. También se dedicaba a la talla en madera, denotando habilidad con sus manos. Me desplegó un banco que había hecho con una sola pieza de roble. Yo solo observaba todo. Se notaba que era una familia humilde, que se daba ciertos lujos. Lo que resaltaba era el gran corazón de los integrantes de esta. La familia estaba constituida por cuatro persona, a las que había conocido, se sumaba una hermana mayor que no se encontraba.

El padre volvió a irse y yo me quede conversando en el living con Sebastián mientras la madre se encontraba en la cocina ordenando. Le pregunte que hacia exactamente en Buenos Aires, ya que había obviado la respuesta en la estación. Me dice “hago de todo, y me muestra con orgullo la cocina de la casa que la había hecho él, hasta pintar paredes, arreglar cosas. En realidad lo que salga. Desde que me fui a vivir a Buenos Aires no he conseguido un trabajo fijo, pero tampoco he parado un minuto. No solo a mi falta de documentos se debe, sino a que no he terminado el secundario y eso me imposibilita conseguir algo mejor, progresar”. Lo dijo con una angustia que se notaba con solo escucharlo.

Pude dilucidar que ello constituía su gran preocupación,  porque le fijaba un destino con el cual no se contentaba y se resistía en aceptarlo. Hasta el momento no me había puesto a pensar que cabría la posibilidad de no terminar la escuela secundaria. En mi caso no hubo discusión al respecto, era una obligación que no se contradecía. Un deber de hija que no se ponía en discusión, como tampoco se cuestionaba que tenía que estudiar en la Universidad. Pero cabría pensar que no era la regla de la mayoría.

Sus ojos denotaban una sinceridad y una simpleza que me atraían. Ya en la estación nos observábamos con distancia, pero el hecho de que tuviera novia y que estuviera siempre presente hacia que lo distanciara de mi lente, de mi percepción.

Así que entre mate con biscochos, entramos en confianza. Así surgió mi pregunta que no dejaba de vagar en mi interior: ¿cual había sido la razón para que dejara sus estudios?. Me mira y me contesta“me surgió una oportunidad de trabajo en la Aduana de Montevideo y no quise dejarla pasar; suponiendo que luego retomar el secundario no me resultaría complejo. Pero uno entra en un ritmo de vida en el cual ya no ve el estudio como prioridad. Horarios, presiones, responsabilidades lo dejan sin tiempo, con poca vida privada que no quiere desperdiciar estudiando sino disfrutando. Así, cada vez se le hace a uno más difícil acercar a su realidad el estudio. Decisión tomada por ambición que termina siendo luego una preocupación dado que determina las limitaciones de tu futuro. ¿Me entendes?”.

Su respuesta fue tan sincera y denoto su gran inteligencia que no está determinada por institutos de enseñanzas. La calle a veces te enseña, se convierte en maestra de vidas que han tenido otras oportunidades o dificultades.  ¿O será que la inteligencia es innata? Su madre interrumpió la conversación, asomándose por la puerta de la cocina, comentando que “si hubiera sabido que no terminaría el secundario nunca le hubiera permitido aceptar ese trabajo”. “Nos falto ponerle límites, ser rígidos. Siempre hizo lo que quiso sin pensar que en un futuro se vería afectado”- repetía en voz alta. A lo que agrego mientras Sebastián se fue al baño, “Es un muy buen chico, ya que siempre nos ha ayudado; y en realidad ahora el título no te determina que consigas trabajo. ¿Cuantos profesionales terminan manejando un taxi?”.

Está situación me dejó reflexionando en las distintas realidades que coexisten y como uno no se da cuenta de tantas cosas, solo ve sus preocupaciones diarias. Considera que puede comprender a los que se encuentran en otras realidades sociales cuando realmente no sabe lo que significan sus limitaciones reales. Solo nos preocupamos de nuestro futuro a largo plazo sin darnos cuenta que el presente desaparece, huye sin aprovecharlo.

Esta familia me abría las puertas de su casa, dándome de su pan con una bondad difícil de comparar. Sentía que muchas de sus carencias yo nunca las había sufrido y que muchas personas que me rodeaban con abundancia de materia no me habían dado tanto como estos desconocidos me proporcionaban. No solo materia, sino otra realidad que me enriquecía por ser diferente a la que estaba acostumbrada. Sebastián no dejaba de hablar. Me contaba, sin darse cuenta, su simpleza al vivir la vida, de cómo sus mimos u alegrías pasaban por comer una ensalada de fruta con helado o un asado en la vereda, con sus amigos de Buenos Aires. Solo bastaba poner una parilla portátil en la acera los domingos y preparar así, en la calle, el asadito. Tomar una botella de vino los domingos era otros de sus placeres de la vida. Me confeso que años atrás había tenido problemas con la bebida pero que por suerte ahora ya lo había superado. El amor lo había logrado, superando las barreras que lo hacían débil ante las eventualidades cotidianas.

El amor lo había llevado a vivir a Buenos Aires. Compartía una habitación con su mujer en una pensión. Con el paso del tiempo habían logrado comprar ciertas comodidades que lo hacían pleno, orgulloso de lo que poseía; una heladera, un televisor entre otras cosas. Ella mantenía los gastos fijos dado que trabajaba en una casa cuidando los chicos y ayudando a limpiar la casa en una familia de judíos que lamentablemente a fin de mes regresaban a Israel. Esto le causaba gran preocupación ya que tenía que buscar un nuevo empleo, por eso quería volver a hacerle compañía, a apoyarla. Me contaba como extrañaba a su familia cuando se encontraba a la distancia. Las reuniones familiares de los domingos era lo que más añoraba en Buenos Aires, por eso no podía pasar más de dos meses sin regresar a sus tierras para juntarse con su familia y amigos que eran lo que lo completaban. Su vida me la fue contando en pocas palabras. No tenía grandes pretensiones y todo resultaba fácil, a pesar de las carencias materiales. Su simpleza solo me hacia pensar en como a veces me complicaba la vida con pavadas.

Luego de esta larga conversación, entraba mi vida en acción. ¿Qué podía contar? ¿Como mencionar todo lo vivido materialmente cuando al mirarlos sentía que tenían una felicidad envidiable? ¿No se podía comparar?, no entraba en discusión que nuestras realidades eran diferentes, pero como alegar que una es mejor que la otra. ¿Con que ojos se miran las realidades? ¿Cómo justificarlas?

El hecho de mencionar que ya me había recibido de algo que en realidad no me gustaba, me hacia sentir desdichada en comparación de la vida de esta persona que resultaba agradecida por lo que la vida le daba a cada instante. Me limite a comentar solo algunas situaciones de mi vida cotidiana, porque no sentía que venia al caso extenderme con detalles; cuando yo crecía al escuchar sus historias de vida, su visión me resultaba preciada. No quería dejar pasar nada. Me hacían ver la realidad con un lente de otro color, de una forma diferente que me incrementaba mis puntos de vista, mis enfoques se reestructuraban de cierta forma.

Entre conversaciones, Sebastián tarareaba alguna estrofa de una canción, o sus manos empezaban a emitir ruidos por el tacto constante sobre la mesa ratona que se encontraba separándonos. Así mi pregunta de ¿Qué buena entonación tenes?, me condujo a su cuarto. Quería mostrarme su más preciada riqueza: la música. Su cuarto era como un mar, reflejando de esta forma sus otros dos hobbies, hacer windsurf y canoa. Todas las paredes se encontraban con recortes de pedazos de revistas de distintos mares. Mares de color azul intenso, celestes profundos y verdes esperanza que se combinaban, llevándote hacia otro lugar, a un paraíso marino de grandes olas con tablas. Una lámpara, hecha con una gran botella de damajuana gigante de vidrio color verde, llena de flores secas, era el elemento que se destacaba de la habitación, al lado de la cama. Compartiendo preponderancia en el centro del cuarto, se encontraban los preciados instrumentos que él tocaba. Los tambores eran de vivos colores, uno era de gran tamaño y al lado había otros dos más pequeños.

¿Conoces el “Candombe”? – me pregunta. Yo le digo que si, pero realmente no podía diferenciarlo. Me mira e instantáneamente comienza a contarme que la cosa que más extraña de Uruguay son los tambores, porque con ellos viaja a otro mundo, pierde la medición del tiempo, todo se vuelve difuso a su alrededor. Me cuenta que todos los domingos a lo largo de varios años y ahora en cada oportunidad que se le presenta, sale a tocar los tambores en comparsas que se organizan por las calles de Montevideo. Me dice el sonido de los tambores es lo que caracteriza a Montevideo, esta mezcla de sonidos disímiles logran la combinación perfecta al oído, que hace bailar hasta las paredes.

Me deje llevar con su relato a las calles de Malvin, donde el adoquín todavía existe y donde casas coloridas se desparraman por doquier. Allí se reúnen los domingos la gente sin invitación, solo con ganas de cantar y bailar. El candombe surge de la unión de un pueblo que se olvida de las preocupaciones a través de los sonidos intensos de los tambores y de las palmas que acompañan el paso de esta multitud que se encuentra por las calles de Montevideo. Comparo el sentimiento que a él le producía los tambores al de los pinceles en acción, esa sensibilidad que se despierta y que te lleva a olvidarte del mundo concreto, a convertirte en instrumento para llevar a cabo la obra. Así la música y la pintura se fusionan en una, lo importante es comunicar, es evadir de alguna forma esa realidad que tortura en otra galaxia, en un tiempo paralelo que se forma. Me detalló las partes del tambor, como los tornillos afinaban el sonido, lo hacia mas grave cuanta más presión uno hacia. Descubría algo nuevo y me encantaba.

Mientras hablaba empezó tímidamente a tocar con sus manos gruesas de trabajos pesados, el tambor. Mientras tocaba podía observar como su cuerpo y su mente se transportaban hacía ese otro lugar del que estábamos hablando. Entusiasmado, dado la atención que le daba a lo que decía, comenzó a poner compacts de Candombe, para que conociera de lo que estaba hablando. Así al compás de la música comenzó a tocar y a cantar. Tenía un ritmo que afloraba de su interior produciendo una armonía de sonidos y movimientos que me magnetizaban. Así fue como empezó mi interés hacia él. Empecé a observarlo, su fuerza interior me atraía, su inteligencia natural me encantaba. De esta forma no solo me alojaban como si fuera una refugiada en otra tierra dada las condiciones climáticas,  sino que hasta me regalaban un concierto de candombe en vivo. La decisión de haber aceptado la invitación cada vez se convertía en mas acertada.

 

Al rato la madre nos llama a almorzar. Había preparado milanesas con puré y ensalada. Nos sentamos en la mesa de la cocina los tres. Continuamos charlando de la crisis, de las injusticias, de la realidad que nos afecta como ciudadanos de estos países vecinos que de alguna forma son como hermanos. Almorcé en la casa de estos desconocidos que resultaron encantadores. Yo me encontraba con una mezcla de vergüenza y de felicidad, porque me resultaba una locura lo que estaba aconteciendo. A las 13:30 hs. nos llaman de Buque bus para confirmar que saldría el autobús que nos llevaría a Colonia para tomar el barco dentro de media hora.

Así que terminamos de almorzar y nuevamente los tres nos encontramos en la acera, en un día frío gris, que parecía de invierno, para tomar un taxi. La tormenta y el viento continuaban como si ahora nos echara hacia otro destino. Llegamos a la estación y ya había una cola de personas para tomar el autobús. Así luego de despedirnos de la madre, nos subimos al colectivo con rumbo a Colonia.

CONTINUA