Por: Claudio Cuscuela
Por alguna extraña razón pensaste que no nos íbamos a volver a ver. Te digo la verdad, no sé de dónde sacaste semejante idea.Y no es que sea rencoroso eh, te aseguro que no. Pero ¿qué querés que te diga? Yo en el fondo lo sabía.
¿Viste cuando tenés la certeza que de alguna u otra forma las cosas terminan colocándose en su justo lugar?
Bueno, eso me pasó a mí con vos.
Desde que te vi entrar pateando la puerta de casa, con esa impunidad y esa furia helada estallándote en la mirada. Desde que nos arrancaste del sueño a los dos, para meternos en una interminable pesadilla. Desde que tomaste a Mercedes de nuestra cama y le tapaste la cabeza con una funda negra. Desde que me arrastraste por el suelo pidiéndote que no le hicieras nada.
Pero no fue sólo ese momento en donde me cayó la ficha. Sin darte cuenta, todas tus decisiones se volvieron excesivamente simétricas con esta convicción que poco a poco me fue ganando la mente. Y mientras más me torturabas, mientras más intentabas sacarme información, mientras más te esforzabas en extraerme algo que jamás había sabido, más me convencía que te iba a volver a encontrar.
Me terminé de dar cuenta del todo, cuando la escuché llorar del otro lado del pasillo.
No sé si alguna vez te pasó.
No, lo más probable es que no.
Esa necesidad de abrazar a alguien que amás, en el momento en que más está sufriendo. Y yo no pude.
¿Qué vas a saber vos de eso? No tenés idea.
Lo importante es que ahí se acabaron todas las dudas y lo vi muy claro.
Vos y yo inevitablemente íbamos a tener el reencuentro que nos merecíamos. Y te incluyo porque vos también te lo merecés. Después de todo, sos un tipo de coraje, un tipo con los huevos bien puestos, de esos que gritan y se hacen respetar.
El único problema, ¿sabés cuál es?
Dejame que te explique.
Acá, donde estamos ahora, no te van a servir ni los gritos, ni el coraje, ni los huevos, que ya no creo que ni siquiera los tengas puestos.
Y toda esa parafernalia macabra sobre la que te sostenías, ya no existe, ya desapareció para siempre.
Es triste, ¿no?
Darte cuenta del vacío. Darte cuenta de que se terminó, de que no hay más que silencio.
Pero perdoname que te diga que para vos lo del silencio es por un rato. Porque primero va a ser como un zumbido, y vas a creer que te está fallando el tímpano. No te dejes llevar por la primera impresión. Después el zumbido se va a volver más poderoso y se va a multiplicar en muchos otros zumbidos. Hasta que después de mucho tiempo (te mentiría si te dijera cuánto porque acá el tema de los relojes no funciona demasiado) te vas a dar cuenta que los gritos no se van a ahogar. De verdad te digo, no se van a ahogar nunca.
No, pará, todavía no llores que falta que te cuente algo.
¿Ves esa luz que está allá?
Sí, esa. La que está en el medio de la habitación.
Bueno, ahora cuando yo me vaya, la voy a apagar. Así podés estar un rato a solas con vos mismo, quizás a oscuras se te aclaran las ideas. Ya sé. La ironía estuvo de más. Pero viste como es esto, a Mercedes le gusta mi sentido del humor, y con tal de que mi esposa esté feliz hago lo que sea.
Ahora sí, llorá tranquilo. Te dejo que tengo que ir a caminar un rato con ella.
No fue tan terrible después de todo. Te asustaste al pedo.
Aunque para serte sincero, creo que por tu cara esto recién está empezando.
Lo de los zumbidos digo.
Te iba a decir nos vemos. Pero no nos vamos a volver a ver.
Con ésta basta y sobra.
Me voy que Mercedes está afuera.
Que descanses sin paz.
Si podés.