Por lo general, me cuesta disfrutar de la poesía. Lo reconozco, es una dificultad personal que no necesariamente tiene que ver con el género en sí. Sucede que, si no consigo dejarme seducir por el tono, el registro de esa voz que despliegan los poemas, a las pocas páginas abandono el volumen sin terminar su lectura. No me pasa, por ejemplo, con Vallejo, con Lorca, con Martí o con las traducciones de Baudelaire y Rimbaud. Entiendo que mi incapacidad lectora está más vinculada a cierta poesía, que a falta de un nombre mejor llamaré contemporánea, que en una búsqueda que poco tiene que ver con lo estético ha pretendido y pretende apropiarse de dicho estatuto en textos en los cuales no hay más que palabras apiladas e imágenes anoréxicas. Pero, por suerte, decidido a visitar los libros de poemas –todos contemporáneos- que había ido juntando, descubrí tres que me reconciliaron con el placer de leer poesía. Se trata de En contra dos, de Sandra Rehder y Alejandro Crimi; El resto no presenta alteraciones, de Fernando Marquinez y Poemas lumbares, de Lisandro González. Continuar leyendo