Me indigné. Y creo que con razón. Como tal vez se deben haber indignado muchos de ustedes.
Debe ser, en parte, porque estoy más viejo. Porque me enojan las injusticias y me perturba la deshonestidad. O los actos pervertidos que suelen salir airosos y ser festejados por algún público que los celebra. Y, en ese reconocimiento, les da ánimo para continuar por el mal camino.
Creyendo, así, que todos son muy vivos. Y que la picardía es un valor reconocido por nuestra sociedad. Un valor que nos lleva a grandes logros, cuando en verdad nos impulsa a alcanzar la peor versión de nosotros mismos.
Por eso, protesto. Y me indigno.
Porque no puede ser que se use al querido Papa Francisco para hacer una publicidad, tergiversando sus dichos y orientándolos a otros fines. No hay justificación posible para ese despropósito.
Recortar fragmentos de discursos que realizó Francisco para orquestar un relato publicitario que procura ensalzar el sentimiento nacional y emocionar a los argentinos, me parece detestable. Impúdico.
Inmoral.
Y desafortunado.
Como argentino me siento avergonzado de que se difunda un relato propagandístico que utiliza al Papa y tergiversa su mensaje. Me genera repulsión, enojo. Indignación.
No me alcanzan las palabras para manifestar el rechazo, que creo compartimos muchos de los argentinos que cierto día vimos atónitos en tv cómo se usaba al Papa para pronunciar un mensaje que nada tenía que ver con el propósito de sus sanas alocuciones.
Es muy posible que la publicidad se haya hecho con la mejor de las intenciones. Que detrás de la construcción de esa pieza mediática exista la bondad. Pero su difusión y permanencia es una acción cuestionable. Al sentimiento nacional se lo puede estimular de otra forma, no burlando si se quiere por desidia la palabra del Santo Padre.
Creo que deberíamos sentirnos orgullosos de que un argentino ocupe un lugar de relevancia en el mundo. Y que cumpla su misión de manera memorable, como se percibe que lo hace.
Lo menos que deberíamos hacer, es respetar su palabra.
Escucharla con atención. Meditarla.
Es cierto que bien podría uno mirar para otro lado y hacerse el distraído. Caer en la fácil de contribuir con el “aquí no ha pasado nada”. Y dejar que se festeje la astucia del vale todo porque lo que importa son los fines.
Pero es mejor protestar, porque no creo que seamos pocos los que nos entristecimos ante ese comercial. Y quisiéramos que no se difunda más.
Ni una vez más.
Sabrán disculpar si cierto espíritu rezongón se trasluce en este escrito. Ocurre que a veces es lícito enojarnos, cuando las situaciones lo ameritan. Y no queremos convalidar un mundo de valores que degradan al ser humano.
He sentido que la viveza criolla no tiene ningún límite. Y se vanagloria de su vulgar fortaleza.
Si vamos a ser campeones, seamos campeones de la honestidad, de la inteligencia, de la bondad, de la educación, del trabajo.
Ser campeones de la viveza a los argentinos siempre nos ha costado muy caro.
Hasta la próxima!