Creo que nos engañamos si pensamos que vivimos todos los días. Cada uno de los días.
No es así.
O, por lo menos, no creo que sea así. Eso se deriva de la propia experiencia y de la observación. Es fácil percibir que vivimos con suerte algunos días de nuestra vida.
No todos.
Claro que uno si dice que estuvo respirando puede argumentar que vivió y esa fundamentación puede a la vez ser razonable. Pero cuando hablamos de vivir, todos sabemos a qué nos referimos. Hablamos en esencia de tomar la intensidad que nos ofrece el día, en las más disímiles de las circunstancias.
Vivir como Dios manda. No respirar.
Y es en ese vivir que podemos descubrir que de los 365 días del año, no vivimos todos los días. Vivimos solo algunos. O incluso vivimos una parte del día.
La otra se escabulle, se desperdicia. Se dilapida de alguna manera.
Quizás por eso cada año que pasa es bueno tener una observación crítica al respecto.
¿Cuánto vivimos?
Cinco meses, siete meses. ¿Todo el año?
No quiero exagerar, pero conozco gente que tiene diez años y ha vivido más que gente de cincuenta. O personas de cincuenta que han vivido más que gente de setenta.
Los años que pasan son una alternativa para vivir más. Pero esa posibilidad no implica necesariamente que uno haya vivido más. Porque uno mismo puede ver en su experiencia que en una semana vivió lo que equivale tal vez a quince días de su vida promedio, a un mes…
O a un año.
No sé ustedes pero si de algo puedo quizás arrepentirme es de ese día que se escabulló y tuve la zoncera de no poder atraparlo. Que se haya evadido es tal vez el mayor de los pecados. La torpeza más ingrata que uno puede acometer con la existencia.
Con la posibilidad de disfrutar la vida. Hacerse presente en el mundo y hacer su humilde contribución.
Tal vez uno de los desafíos más importantes que tenemos es vivir la mayor cantidad de días posibles.
Exprimiéndolos. Uno a uno.
En sus horas, en sus minutos. Y en sus segundos.
Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para que eso suceda.
Suerte!
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