En la actualidad, una de las premisas más importantes que los OPE debemos tener en cuenta a la hora de planificar un evento es el cuidado del medio ambiente. Esto es, asimismo, un aspecto en el que los clientes ponen cada vez mayor énfasis a la hora de coordinar el plan de acción con nosotros, los profesionales. En este marco, siempre son importantes las estrategias de trabajo en base a las llamadas “3R” (reciclar, reducir y reutilizar), como el empleo de luces de bajo consumo y/o aprovechamiento de la luz natural, el uso reducido de papel y el control en el manejo de canillas y basura.
No obstante, es importante que quien nos contrata pueda tener, una vez finalizado el evento, información fehaciente acerca de cuánto contaminó -o no- su entorno. Para ello, debemos apelar al concepto de huella de carbono, que remite al impacto total que nuestra fiesta, encuentro o congreso tiene sobre el clima en relación a la liberación de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. Es decir, la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que genera el evento.
La huella de carbono debe medirse y controlarse en todas las etapas de la organización del evento (diseño, preparación, montaje, desarrollo, desmontaje). Para ello, tenemos que tener en cuenta tres parámetros de alcance de la emisión de GEI:
1. Emisiones de alcance 1 (o emisiones directas): son las que provienen de fuentes que están bajo el control estricto del evento, como por ejemplo las de los grupos electrógenos que se instalan en los escenarios. En ellas el propio evento puede echar mano para reducir las emisiones.