Por: Alejo Schapire
Es el fin del libro, de las librerías, de las editoriales y de la propiedad intelectual. Los libros dejarán de venderse, como ocurrió con los cedés; las librerías cerrarán como las disquerías y los videoclubles; las editoriales, tratarán de dar el manotazo de ahogado como las discográficas, buscando el quimérico business model que desde hace años persiguen los diarios. Pero todo será aún más rápido y violento que con la música y el cine, porque los textos son más livianos y veloces.
Es una evidencia que se impone al leer con alguno de los eReaders o lectores de libros electrónicos, que se venden en el mercado bajo el nombre de Kindle (Amazon), Kobo (Kobo Inc.), bq (Mundo reader), Nook (Barnes and Noble) o Sony Reader (Sony).
El secreto no está ni en su wifi ni en su sistema de anotaciones ni de diccionario incorporado ni de ninguna otro gadget o aplicación. El argumento definitivo, el acta de defunción del libro impreso, está en que uno se olvida de que no está leyendo un libro de papel. Es apenas la sensación de que se está ante algo más elemental que un libro: el texto, nada más que el texto en blanco y negro.
La tecnología llamada e-paper imita a la perfección la tinta y el papel. A diferencia de la iPad o del Kindle Fox, no se trata de una pantalla retroiluminada que al cabo de un rato cansa la vista, imponiendo formatos de lectura -y escritura- breves. El eReader es una tableta austera -recuerda una pizarra mágica- que utiliza tinta electrónica. Para simplificar, se trata de millones de pelotitas diminutas, con una cara blanca y otra negra, que flotan en un gel. A partir de una estimulación eléctrica, las cápsulas muestran una de sus fases, organizando instantáneamente las letras o las ilustraciones de la obra. La energía se gasta sólo cuando se “da vuelta la hoja”, por lo que pueden pasar semanas sin tener que se tenga que volver a cargar el dispositivo. Y todo en el tamaño de un libro de bolsillo y con un peso aún menor. Adentro caben decenas de miles de libros en formato digital. En otras palabras, la respuesta definitiva a la pregunta de qué libro llevar a la isla desierta: todos.
“Un libro electrónico a 25 euros lo va a comprar su puta madre”
En julio de 2011, el agregador de noticias español Menéame hacía de su artículo más leído una nota titulada “Un libro electrónico a 25 euros lo va a comprar su puta madre”. Firmado por una tal Lost Dreamer, la autora de la nota relataba sus desventuras buscando la versión digital de un volumen de la saga de heroic fantasy El trono de hierro (su adaptación por HBO es Game of Thrones). “Empieza el circo: me voy a Amazon sin mucha esperanza y compruebo que la única versión electrónica que venden es la compatible con su Kindle. Pero lo peor no es eso: lo peor es comprobar que la edición digital es más cara que la de tapa dura (sin contar con los gastos de envío). Esto es, me gasto 200€ en el aparatito, tu te ahorras el papel, la tinta, las tapas y la gasolina y encima me cobras más. Amiguitos editores, ¿os creéis que yo soy gilipollas?”, se preguntaba la chica desde su blog. Cuestión que se terminó bajando el libro gratis de The Pirate Bay.
Cinco meses después, la exitosa escritora española Lucía Etxebarría anunciaba que dejaba de publicar en protesta por la piratería. “Dado que he comprobado hoy que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio oficialmente que no voy a volver a publicar libros en una temporada muy larga”, sostenía en su página de Facebook.
Desde entonces la autora, que irónicamente ha tenido que comparecer ante la Justicia por plagio, ha encausado su actividad: la última vez que fue noticia ocurrió cuando colgó una foto de ella desnuda en Facebook. Difícil saber cuánto ha perdido la literatura con esto. Lo cierto es que el caso de Etxebarría es una gota en el océano. De lo último de Stephen King –el primero en publicar directamente en la web- a las obras completas de Borges, pasando por las últimas novelas Murakami o en Argentina Sergio Bizzio, Martín Caparrós, toda la literatura contemporánea nacional y extranjera está ahí, gratis, ilegal y en un clic. Mucho más rápido que bajar un archivo mp3, tan liviano que uno puede mandar una biblioteca por mail, saltándose derechos de autor y trabas aduaneras. Basta con googlear el título del libro buscado con la extensión del archivo (.epub, PDF, MOBI, .doc…). Y los libros de Amazon son fácilmente pirateables para destrabarlos y hacerlos circular. Como con los cedés, ya me da vergüenza comprar “el envase” y la biblioteca, que antes era mi orgullo, tiene los días contados. No soy demasiado original. Soy hijo y nieto de editores y libreros. Sé que es el fin del libro. Que viva el texto desnudo.