Los libros no se tiran

#LeerYEscribirBA

Los libros no se tiran, se guardan. Eso pensé siempre. Cada manual que aparecía en mis manos, por más aburrido que sea, terminaba en la biblioteca. ¿Cómo sería capaz de tirar un libro? Tiene demasiado prestigio como para terminar junto a cáscaras de banana y sachet de leche vencida.

Buenos Aires es grande y las mañas de las personas son infinitas. Pero de repente me encontré en el lugar y tiempo indicados. Al salir de una reunión cerca del Hospital de Niños, en el barrio de Palermo, me topé con dos extrañas y gigantes cajas de cartón que estaban junto a las bolsas de residuos de la vereda. Al pasar por al lado vi que se asomaba un curioso libro de tapa verde con amarillentas hojas. No pude evitarlo: comencé a hurgar como un roedor.

Los hallazgos fueron realmente notables: Pedagogía del oprimido de Freire, Piscoanálisis del hombre normal de Gustave Richard, ediciones de la década del 70 de la revista Confirmado y también de la revista Humor, un interesante libro sobre La divisa punzó y algunos librillos de historia de la pintura, entre otras cosas.

Frente a semejante botín cabía preguntarse el por qué. ¿Quién podría haber decidido que todo ese material literario debía ser olvidado entre la basura junto a los restos del almuerzo? ¿Qué motivo hace que alguien quiera deshacerse de estos libros?

Este hallazgo me llevó a mimetizarme con el extraño lector enfadado que decidió tirar tantos libros. Lo primero que se me ocurrió fue haberme topado con un erudito despreocupado que al tener su departamento repleto de estantes con libros de todo tipo haya decidido desprenderse de los “viejitos”. Algo así como el ciclo de la vida: Lo comprás, lo leés, lo guardás, lo releés, lo volvés a guardar y lo tirás.

La segunda posibilidad que rondó por varios días en mi cabeza fue la de una persona que se había modernizado. Había tomado confianza para por fin abrazar a las nuevas tecnologías sacando sus prejuicios con la compra de un e-reader. Al ver las enormes posibilidades de almacenamiento que este presenta ya no veía necesario guardar añejos manuales dado que todo puede ser descargado, como un chasquido de dedos, en el moderno aparato.

Como tercera opción pensé en la de un fallecimiento. Los libros eran de alguna profesora de historia o periodista jubilado que, al morir, sus hijos no tuvieron más que deshacerse de lo inservible, de lo inútil, de lo invendible.

Quizás tan sólo haya sido el olvido inoportuno de una mudanza. Me gusta pensar que alguien dejó las dos cajas de libros allí sabiendo que algún sujeto lector pasaría en las próximas horas. Y así fue, no me pude contener. Las abrí y revisé todo. Me guardé varias cosas en mi mochila, luego cerré las cajas y me fui como si nada hubiese pasado. Pero sí pasó: esa noche tendría mucho material para chusmear antes de dormir.

 

 

Contanos, ¿alguna vez tiraste un libro? ¿Por qué? ¿Qué motivos tendría que tener una persona para hacerlo?