El depósito del segundo subsuelo se encuentra a nueve metros debajo de la recepción de la Biblioteca, no posee ventanas y, por tanto, está iluminado exclusivamente por luz artificial.
La Biblioteca Nacional recibe unos 250 visitantes diarios, quienes durante su estadía demandan al menos tres pedidos. Es decir, como mínimo se buscan, entregan y luego reacomodan 750 libros por día.
“Es bastante movido”, cuenta Hugo, uno de los empleados más antiguos del lugar, con más de veinte años trabajando en las profundidades de la Biblioteca.
Hugo, con otros veinte trabajadores por turno, recorre los 19.000 m2 de los tres sectores del depósito, que conforman una gigantesca ciudad de libros, con sus propias calles, barrios y avenidas.
Los empleados, como los topos, sin ver la luz del día durante horas, buscan, llevan, hurgan y ordenan los pedidos de los usuarios que ejecutan desde las alturas.
Los libros, que están ubicados de acuerdo al orden cronológico de su llegada a la Biblioteca, están acomodados del siguiente modo: Nivel, Sector, Batería, Frente y Estante.
Luego de que el usuario devuelve el libro, éste baja por el montacargas y es reacomodado en el lugar que corresponde. Sin embargo, si por alguna razón es ubicado en un lugar incorrecto, se corre el riesgo de perder el libro durante años, décadas o tal vez para siempre.
La humedad se hace sentir al poco tiempo de estar dentro de esta inmensa ciudad escondida bajo tierra. Pero no sólo significa una molestia para los trabajadores o los visitantes casuales, si no que los libros deben soportar, además del inherente deterioro del paso del tiempo, el que produce la reinante humedad.
En una mesa perdida se puede apreciar cómo un pequeño grupo de empleados, con absoluta concentración, se dedica a incluir las alarmas a los libros, pues no hace mucho éstos no contaban con un precinto de seguridad que los resguardase de posibles hurtos.
En el depósito, además, hay decenas de canastos con viejos libros y objetos sin un sector específico, que deberán ser recatalogados, restaurados y conservados lo mejor posible.
“En un de estos canastos encontré esto”, cuenta uno de los empleados, y muestra una carpeta con afiches titulada “Les Maîtres de l’Affiche”. “Hice la investigación y vale mucho”, dice. Luego, emite su opinión: “Esto tiene que estar en el Tesoro”.
Casi al finalizar la visita a este hermético mundo bajo tierra, la asistente bibliotecaria comenta que algunos de los trabajadores han visto fantasmas. Al consultarle sobre este tema, los buscadores de libros son esquivos y se niegan a responder. Pues, allí, en las profundidades, hay mitos y leyendas de las que es mejor no hablar.
Fragmento de Un paseo por las entrañas de la Biblioteca Nacional publicado en la sección Cultura de Infobae.com