¿Por qué siento que Francisco nos habla todo el tiempo?
No me refiero al abstracto “los fieles del mundo”, sino esencialmente a nosotros, los argentinos concretos, sus connacionales, el pueblo de la Nación y su dirigencia. Justamente su dirigencia…
Tal vez lo siento así porque así lo hace, a conciencia o no. Tal vez él mismo no pueda evitarlo de puro argentino que es y entonces su palabra, su mensaje y su prédica tengan siempre tanto que ver con lo que nosotros necesitamos escuchar justamente hoy.
“Y nosotros tenemos el valor de inmiscuirnos en nuestras pequeñeces, en nuestros celos, en nuestras envidias, en las ganas de hacer carrera, en el avanzar egoístamente” ha dicho Francisco y es inevitable pensar en los desgarros de la coyuntura nacional convertida en una doctrina ad-hoc.
¿Cómo rompemos ese egoísmo? ¿Podemos ser egoístas sin saberlo? ¿Será que por aferrarnos a un formalismo cómodo y habitual lo confundamos con el fondo y la esencia?
A veces se vuelve imprescindible salir de la sacristía para salvar la Iglesia, porque la sacristía es la representación, la forma, el símbolo de algo que ocurre afuera, más allá, en la calle. La Verdad que el edificio representa es el cuerpo y la vida diaria del vecino, del semejante. “Pastores con olor a oveja”, nos dijo también.
Así como la Iglesia son sus fieles, así también la política es la vida concreta de la gente.
Un cristianismo sin coraje ni escándalo, en términos de Francisco, es un club social. Del mismo modo, la política sin entrega, sin acto de servicio, sin amor y sin fe es una simple agencia de empleos.
Semanas después, Francisco vuelve a pedirnos que los cristianos llevemos nuestra fe a la política, no a pesar de que la política sea sucia, sino precisamente por eso.
“Los cristianos debemos meternos en política porque la política es una de las formas más altas de la caridad ya que busca el bien común”.
En eso se ve a Francisco y lo que representa: en el coraje de la fe puesto al servicio de los demás.
¿Tenemos alguna mejor definición de lo que debe ser la política? ¿Puede nuestra dirigencia hacer una mejor síntesis de nuestra situación?
Nuestra dirigencia debería sentirse llamada a responder a ese coraje, salir de sus formalismos y emplearse a fondo en la defensa de lo esencial.
Nuestra política carece de idea porque no tiene fe y sin fe, la política es esta lucha circunstancial por un cargo, por un lugarcito, por una cuota de poder.
El “martirio” que pide Francisco solo es posible para quienes mirando a sus semejantes ven el futuro porque piensan en dimensión del otro y del después. Entonces, la propia circunstancia se vuelve parte de la del vecino. Sin el “martirio” la política deja de ser una actividad social de servicio para ser una mera profesión personal.
¿Alguien puede imaginar a Eva Duarte haciendo lo que hizo sin haberse convertido antes en Evita?
Esa es la crisis de poder que vivimos hoy: espiritual. No somos capaces ni del odio porque no entendemos la importancia del amor en la política.
Volviendo al poder, ¿es realmente poder el que se ejerce sin autoridad porque carece se sustancia y ejemplaridad? ¿Se puede dar un ejemplo si no es por el servicio claro, evidente y cotidiano hacia el otro? ¿Es trabajar para el otro dejarnos atrapar por una agenda coyuntural?
“Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe”.
El único poder posible, el único transformador de fondo, el único sustentable, el único al que se puede recurrir como hombres, es al permanente compromiso de poder servir al otro. Solo la solidaridad (o su valor elevado a la política, la cooperación), podrán darnos las bases de una dirigencia conocedora del sentido de una comunidad organizada y justa, y una comunidad capaz de dar dirigentes comprometidos con su origen.
El único poder es el que ejerce el hombre libre entre pares y en paz. La única autoridad es la ejemplaridad que conduce. El resto, es un abuso de credencial.
¿Podemos imaginarnos, a la luz de los fracasos anteriores, unas “conquistas sociales” sin el profundo conocimiento y ejemplaridad popular de Perón?
Francisco apela de forma evangélica al ejemplo. Da el ejemplo. Lo brinda. Lo pone en evidencia y como prueba de fe.
Y sigo pensando que ese ejemplo es especialmente el tamaño de nuestra vergüenza si pensamos en la mínima tibieza a la que se animan, de manera esporádica, los que solo ven la grandeza de sus pequeñas aspiraciones.
Debemos distinguir claramente entre las necesidades coyunturales y lo imprescindible de la esencia, porque confundir la circunstancia con el Tiempo nos extravía peligrosamente.
Trabajar para la circunstancia es empecinarse en uno mismo, en nuestra realidad aislada y aislante, en lo cotidiano de “nuestras cosas”. Es la filosofía “ventajera” de quién no entiende que trabajar nada más que para uno mismo y para la propia conveniencia momentánea, niega la idea del bien común, rechaza la moral práctica de “ser nosotros para poder ser”, quiebra el concepto de sociedad e instaura un vasallaje solapado, embozado en un afiche sonriente.
Trabajar solamente para “mi ahora”, abre la puerta de nuestra destrucción como Hombre mañana.
¿Qué hubiera sido de América si en Guayaquil, el Gral. San Martín hubiera preferido su orgullo personal, su gloria y su interés por sobre los destinos del continente?
Trabajar para el Tiempo es forjar la voluntad hacia la posteridad, es honrar a quienes nos precedieron, es colaborar con los que caminan a nuestro lado y es el regalo a los que vendrán.
¿A Francisco le gustará José Larralde?
No lo sé, pero pensando en poder, ejemplaridad, solidaridad, servicio y fe, pienso en estos versos del texto “Solo los hombres guenos”:
“El pan del hombre bueno es diferente,
por ser igual al pan del que lo niega.
Aunque el pan generoso y oferente,
no sepa quién lo escupe
y quien lo riega”.