Lo acontecido en Crimea es una muestra más que la guerra fría entre Rusia y Occidente nunca ha terminado. Y vale la pena señalar que tampoco comenzó una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
En la dinámica de las relaciones internacionales, Rusia se ve a si misma la mayoría del tiempo a asediada por Occidente. Sencillamente consideran que los países del Oeste sienten un rechazo visceral por la “madre Rusia”, en definitiva, creen que EEUU y la UE los odian, los desprecian y hacen cuánto pueden por perjudicarlos. Evidentemente Moscú no se explica ese “maltrato”.
En esa dinámica, la cuestión de Crimea fue la manera más rápida que Moscú tuvo para responder a la caída del gobierno pro ruso en Ucrania. El reemplazo de Yanukovych por fuerzas políticas que cuentan con el respaldo Occidental ha sido un golpe durísimo. Ni siquiera le dio tiempo a Putin para saborear el éxito de los obscenamente caros Juegos Olímpicos de Sochi.
Políticamente hablando, la jugada de Crimea no le significó a ninguna medalla. Todo lo contrario.