Por: Noelia Schulz
Entramos al pediatra con pie de plomo. No sabemos bien qué nos va a deparar: el consultorio puede llegar a ser una pesadilla llena de pestes, el terror de la madre germofóbica. Y ahí te encontrás con la realidad de la consulta pediátrica: horas de espera, niños aburridos (y con razón), padres exasperados (y con razón), juguetes de dudosa procedencia e higiene, recepcionistas de mal humor, teléfonos que estallan, bebés que lloran.
Pero esta visita tan grata que les cuento recién comienza: porque aun falta lo peor. Aun falta la prueba de fuego. El examen que nos dirá cuán buenas madres somos. EL BENDITO CONTROL. De repente se hace la luz y nos llaman. Avanzamos, lo más rápido que nos dan las piernitas, juntando cachivaches, metiendo vasitos adentro del bolso, limpiando como podemos las migas que quedaron en la silla, intentando no olvidarnos al principal implicado en el camino, y nos sentamos en la silla (que es lo más parecido a la silla del acusado en un juicio). “El Doctor”, detrás del escritorio y estetoscopio mediante, por más buena onda que sea, nos cohíbe bastante. Entonces comienza el denominado interrogatorio: porque la visita al pediatra puede hacerte sentir muy fácilmente como una teen participante de Feliz Domingo.
-¿Y cómo duerme?
-Eeeeh, bueno, esteeee, se despierta un poco, mmm, a veces se pasa de cama, ejem… (risita nerviosa, cambiemos de tema porque si se entera de que duerme SIEMPRE con nosotros se pudre todo)
-¿Come bien y variado?
-Siii, jiji, algo, algunos días come verdura, mmm, aunque le gusta más comer fideos, emmm (en el fondo sabés que SOLAMENTE QUIERE COMER FIDEOS y que lo más cerca que estuvo de una berenjena fue cuando pasaron por la verdulería camino al jardín)
-¿Y ya tiene juego simbólico? (les juro que me preguntaron esto y hubiera deseado poder decir “paso”)
Y este interrogatorio no es nada. Porque en mi búsqueda incansable por un buen pediatra me he encontrado con el #PediatraDictador. El #PediatraDictador no permite que los niños hagan, básicamente, nada de niños. Ni moverse, ni pedir algo, ni jugar, ni correr, mucho menos llorar, claro está. Es un hombre mayor muy serio, autoritario, y te baja línea con la seguridad de un académico. Es tajante y adora hacer sentir inadecuadas y culpables a las madres, especialmente si el susodicho hace berrinche (Dios nos libre). Su campo de saber es tan amplio que puede llegar a aconsejarte sobre lactancia materna, métodos de crianza (métodos del demonio, pero métodos al fin), nutrición infantil, trastornos del sueño, psicología evolutiva, psicopedagogía, educación, terapia familiar y de pareja, salud mental en general, entre otros. Si el pequeño objeto de su medición desobedece alguno de los mandatos, el #PediatraDictador responde (sin previo aviso) con un golpe seco sobre su escritorio, al grito de ¡SHHHH!, lo cual provoca, en general, el llanto desconsolado del menor y un infarto de miocardio -seguido de un ataque de ira- en su madre, padre, tutor o encargado.
La lista de estilos pediátricos podría seguir. Está el viejito simpático que tiene muy buena voluntad que tiembla un poco y te aconseja algunas cosas en desuso, como ser un antihistamínico que se retiró del mercado en 1985 porque producía dependencia por contener ingredientes derivados del opio. Y no olvidemos el pediatra que no sabe nada sobre lactancia y nos persigue a las primerizas con gramos, percentiles, leches en cajita, horarios y otros demonios. ¡Huyamos de estos últimos!
Volvamos a la consulta. Cuando finalmente el interrogatorio termina (alivio) llega otra instancia igual o más estresante: la medición y el pesaje del pobre crío, convertido de pronto en ternero de exposición. ¡Y no hablemos de que justo se haga pis o caca en el consultorio! Escarnio público. Horror. El pediatra termina con sus cálculos matemáticos, mira la tablita y nos da el veredicto. Si estamos dentro de los parámetros “normales” zafamos una vez más. Nos felicita, nos da la buena nueva y ahí mismo nos hace sentir #BuenasMadres como por arte de magia. Si estamos medio flojos de números… mejor ni hablemos. Porque la culpa con la que tenemos que cargar en ese caso excede estas líneas.
El control pediátrico hace rato que se convirtió en un paso obligado en nuestras vidas parentales. Pero no siempre fue así. Antes a los chicos se los llevaba al médico solamente si estaban enfermos. Enfermos de verdad, con fiebre alta, tos horrible, ronchas en todo el cuerpo (mínimo). ¿Será necesario tanto control sobre el cuerpo de nuestros hijos? Yo lo único que sé es que solamente mirando sus cachetes y viendo lo ridículamente cortos que le van quedando los pijamas me doy cuenta de que está sano y crece, ¡qué quieren que les diga!
¿Ustedes cómo viven las visitas al pediatra?