Por: Noelia Schulz
Esta frase hermosa no es mía. La tomo prestada de un médico pediatra español a quien admiro, leo y escucho. El Dr. Carlos González. Hace muy poco asistí a sus conferencias en Buenos Aires y leí su libro más nuevo: Creciendo Juntos.
El libro empieza de este modo: “Cada vez que nace un niño, nacen también un padre y una madre. Y a partir de ahí crecemos juntos en sabiduría y en virtud (y los niños también en tamaño). Los hijos nos ofrecen su amor incondicional, incluso aunque no hayamos hecho nada para merecerlo. Nos hacen sentir importantes y necesarios, nos divierten y nos intrigan, dan propósito y color a nuestras vidas, nos permiten acompañarlos por un tiempo en la fascinante aventura de descubrir el mundo. Ser padre es un privilegio.”
Y me emocioné. Leí ese párrafo y me emocioné. Lo compartí con amigas. Me quedó rondando en la cabeza. Ser padre es un privilegio. No un sacrificio, no una responsabilidad, menos una carga. Ante todo: ser padre es un privilegio. ¿Algo que muchas veces nos olvidamos?
Solemos creer que los hijos vienen al mundo a que les enseñemos cosas, los eduquemos, les transmitamos valores. ¿Por qué no verlo al revés? Antes que nada, ellos vienen a enseñarnos cosas a nosotros.
- Nos enseñan a aprovechar cada día, porque el tiempo pasa y la vida es una sola.
- Nos enseñan a ser menos egoístas, a anteponer sus necesidades a las nuestras.
- Nos enseñan a reconciliarnos con nosotros mismos, a perdonar nuestros errores y a querer mejorar como personas.
- Nos enseñan a amar despojadamente, sin tabúes, con entrega.
- Nos enseñan a valorar más las relaciones humanas y menos las cosas.
- Nos enseñan a tener un sentido de la justicia mucho más intenso.
¿Qué cosas te enseñan tus hijos cada día?