Por: Noelia Schulz
Que si toma teta, que cada cuanto toma, que si toma mamadera, que si se despierta de noche, que si pide mucho estar en brazos. Que cuándo va a gatear, qué cuándo va a caminar, que cuándo va a dejar la teta o la mamadera, que cuándo va a aprender a ir al baño, qué cuándo va a hablar. Que si habla poco, que si es demasiado dependiente, que si tiene o no límites. Que si sabe sumar y restar, que si tiene buenas notas, que si va a inglés, que si hace deportes.
Las madres toleramos con estoicismo (bueno, a veces no tanto, ejem) millares de supuestas postas que, pareciera, hay que cumplir antes que después. Y la carrera de obstáculos parece no tener fin.
Pero nuestros hijos tienen 2, 4, 6, 8, 20 años una sola vez. Una sola vez van a estar sentados con las rodillas torcidas, jugando de espaldas, mientras el viento se mete por la ventana y vuela las cortinas. Una sola vez van a balbucear incoherencias, entre risas, y a vos se te van a saltar las lágrimas solamente de verlos. Una sola vez va a ser una noche primaveral y te van a dar de comer verduras de plástico, haciendo payasadas para hacerte reír, con todo el pelo descontrolado y lleno de migas de milanesa.
Una sola vez. Y yo, por lo menos, no me la quiero perder.