Manejando hace unos días por la autopista por el carril izquierdo, vi en el espejo retrovisor un auto que se acercaba muy rápido hasta quedar a muy corta distancia del mío. Obstaculizado y obligado a disminuir su marcha por estar yo enfrente comenzó a hacer luces para luego recurrir a una acción un tanto más molesta, tocar la bocina. Esta situación no duró más de un minuto, elegí para ella un final feliz poniendo el guiño, corriéndome hacia la derecha y dejando al hombre retomar su excedida velocidad desapareciendo frente mío de la misma manera que como había aparecido, rápido, súbito, frenético.
En otro momento de mi vida yo quizás no hubiese optado por lo mismo. Hubiese permanecido en el mismo carril tratando de enseñarle a ese energúmeno como conducirse por la vida, me hubiese empeñado en que respetara el tránsito, en que hiciese las cosas bien como yo las estaba haciendo. Lo hubiese obligado a permanecer detrás de mí con su auto casi oliendo mi paragolpes y al no poder avanzar a 160 km él sólo hubiese incrementado su enojo logrando finalmente pasarme por la derecha casi rozando mi auto y expulsando epítetos que por suerte no iba a poder oír pero sí darme cuenta que no iban a ser música para mis oídos ya que el movimiento de sus manos y expresión de su cara así lo determinaban.
Un tercer escenario hubiese sido permanecer en el mismo carril, acelerar más mi propia velocidad para tratar de permanecer en el mismo lugar, como evitando que alguien tuviera el tupé de obligarme a moverme de donde yo estaba. Finalmente hubiese tenido que correrme ya que no suelo exponerme a situaciones cuyo riesgo sea poner mi vida en juego. El resultado hubiese sido el mismo, el hombre alejándose rápidamente hasta desaparecer de mi vista. Sólo que en los últimos dos ejemplos yo hubiese vivido un momento desagradable, tenso, con un ingrediente de miedo por querer ir más allá de lo que podía sostener.
La vida muchas veces nos da la posibilidad de optar. Sin embargo suele suceder que las personas utilizamos demasiada energía tratando de imponer nuestra voluntad, en ocasiones pensando que tenemos razón, en otras por capricho. Evitamos hacer contacto con nuestros sentimientos y nos exponemos a situaciones que finalmente nos exceden. De ésta manera nos sometemos a enfrentamientos que no conducen a nada, nos estancarnos en relaciones amorosas, fraternas, amistosas que lejos de aportarnos algo positivo nos desgastan nos impiden estar bien, en paz. Consumimos por demás, trabajamos por demás, dejamos el acelerador del auto en manos imprudentes. Y esto a la larga se padece, en general los locos que van por la autopista excediendo el límite de velocidad una y otra vez terminan volcados en la banquina.
Al final de cuentas es una cuestión de estar atentos, de poder percibir a tiempo para optar por el buen camino y si en ocasiones es dejando pasar para seguir pudiendo avanzar, que así sea.
Por: Clr. María Grazzini