Las personas tenemos la difícil tarea de aceptar lo que nos toca vivir. Hay situaciones con las cuales tenemos que convivir pero nos cuesta mucho hacerlo, no le encontramos la vuelta a la manera. Algunas son situaciones críticas o trágicas y otras tienen que ver con realidades no placenteras que ocurren en lo cotidiano.
Las tragedias son imprevistas y le ocurren a cualquiera; enfermedades, muertes de seres queridos, separaciones, pérdidas, sólo para proporcionar algunos ejemplos, no llaman a la puerta, irrumpen. Como resultado nos sentimos sacudidos, confusos, llenos de incertidumbre, angustia o tristeza. Hay otras cuestiones que pueden tener que ver con temas laborales, vinculares, personalidades complicadas para nuestro modo de percibirlas pero con quienes tenemos que relacionarnos y eso también provoca sentimientos de displacer.
Es esperable dada nuestra naturaleza ofrecer resistencia, enfrentarnos a estas situaciones e intentar combatirlas. Si pasado el tiempo esto permanece inalterable algunos se resignan, otros llevan su nivel de tolerancia más allá de lo que pueden soportar y continúan luchando convirtiendo lo que en principio era una batalla en una guerra donde el que pierde es uno mismo porque más allá de cuánto pelee, la mojarrita nunca se come al tiburón. Hay quienes se llenan tanto de enojo, impotencia y tristeza que enferman su cuerpo. Nada de lo mencionado nos coloca en un lugar mejor al que estábamos ya que no son opciones constructivas. Es en esta instancia cuando deberíamos considerar la idea de aceptar lo dado, tal y cual se presenta.
Intentar entender algo como “dado” ya es una manera de delinear nuestro pensamiento porque delimita lo que nos excede de lo que podemos cambiar. Hacer contacto con esta idea produce paz. Abandonar la omnipotencia y ubicar lo que nos perturba en el escenario de la complejidad humana y mundana sin querer evitarla produce tranquilidad. Poder entender a la vida y lo que nos sucede como algo global, como un todo que va adquiriendo sentido a partir del entramado de cada una de sus partes, por más dolorosas y difíciles de sobrellevar que sean, nos ayuda a cuestionar menos cada hecho que nos ocurre. Todo cuestionamiento requiere de un análisis introspectivo de difícil resolución que puede llevar a la frustración. Cuando por el contrario le hacemos un lugar a la aceptación en nuestro día a día nos acercamos a la serenidad, a la salud psíquica, a la paz interior.
Hacerlo requiere de mucho trabajo con uno mismo. Como todo lo que tiene que ver con lo humano es difícil, no obstante posible.
Por: Clr. María Grazzini