Por: Sol Iametti
Estábamos a punto de llegar a Londres. Por mis audífonos ya habían pasado al menos 3 películas y un sinfín de discos.
Llegar a Londres con 2 duelos en la mochila, 16 ciudades importadas del 2012 y la decisión de cambiar la oficina por el microemprendimiento. Llegar a Londres con una nueva compañera de viaje: mi hermana.
Llegar a Europa con ésta canción: “Good Times Bad Times“, una canción que dice todo.
¿Qué es lo que nos separa de clasificar las segundas partes como una continuación digna? Nosotros mismos.
Emprendimos el segundo viaje en septiembre del 2014. El tiempo se nos escurrió de las manos como agua que corre, como agua que fluye por inercia y se desparrama, como un anti-río. Cuando quisimos acordarnos agosto ya estaba ahí, sentado del otro lado de la mesa, preguntándonos que estábamos esperando para empezar con los preparativos.
En este viaje, a diferencia del primero, habría menos ropa, menos peso y menos medios de transporte; en este viaje habrían caminatas por el Sena para apreciarlo como se debe: sintiendo el suspiro de París sobre la cara. En este viaje, al menos una pizza margarita, un gelato, una cerveza helada en las calles de Roma, un croque monsieur y lattes en el medio de la tarde. En este viaje la promesa de todo lo que no había podido desglosar con los sentidos durante el primer viaje: el viaje lento, las cuentas pendientes.
Antes de que empezará el segundo viaje escribí en este mismo blog: “Todo principio es el final de otro principio“, justamente para que saliera online en simultáneo con mi vuelo de partida. Hoy me siento a leerlo y pienso en lo importante que es llevar un diario o bloc de notas de nuestros viajes, porque es como si todas las sensaciones, todos los recuerdos, todas las experiencias volvieran a calzarse el traje de la piel, una vez más, o al menos varias veces hasta agotar stock. Pienso en el segundo viaje y nos recuerdo – a mi hermana y a mí – caminando las ciudades con la incertidumbre, la ansiedad y la capacidad de sorpresa de dos niñas.
Y es que cuando uno viaja parece no alcanzar el diámetro de los ojos para absorber todos los secretos que la ciudad intenta desplegar a nuestro paso. Pero estamos ahí, y nos detenemos a mirarla, escucharla; y la ciudad se acerca y nos cuenta su historia. Nos sentamos a conversar con la ciudad para que nos muestre sus dos caras. Le hacemos entender que no tenemos miedo de conocerla tal cuál es, en su aspecto más carnal, sin maquillaje.
Esta secuela de Europa me regaló tesoros infinitos. Me fui con 2 duelos, 16 ciudades de hace 2 años atrás, y con el inicio de mi autonomía profesional. Volví con un cóctel de idiomas, sirenas de París a las 10 de la mañana, la entonación impetuosa de los romanos para pasar un pedido; volví con un domingo de folk en Trastevere, un atardecer en la Barceloneta, una mañana a la deriva por el Barrio Latino para encontrar la Torre Eiffel.
Y me siento a escribir para compartir todos mis tesoros con ustedes, con la esperanza de que nazcan ganas de viajar, porque para mí viajar es la mejor inversión – como dice una amiga. Porque hay tanto mundo esperando del otro lado de la cerca que… ¿cómo no vamos a saltar?
Me siento a escribir sobre el primer viaje, el segundo, la esperanza de los que vendrán. Me siento a escribir para escurrir el pasado y tenderlo al sol, para lavar el pasado y dejarlo pronto para el presente. Me siento a escribir, porque me nace escribirles.
Entonces, retomando la pregunta del título: ¿Quién dijo que las segundas partes no son buenas? Supongo que depende del cristal con el que se mire, como en la vida.
Siempre hay buenos y malos momentos, lo importante es animarse a seguir escribiendo y hacer que esas páginas en blanco valgan la pena.
Nada se pierde, todo se transforma… Gracias por leer.
* * *
Y se abrió un telón
desafiando el final
y en esa brecha de luz
vuelve a bailar