Por: Sol Iametti
“Cuando lo estás pasando mal, cuando sufres, cuando la vida te da un revés, la gente siempre intenta consolarte diciéndote que el tiempo lo cura todo. Mentira. El tiempo no cura nada. Lo que cuenta es lo que hagas con ese tiempo.”
- Penelope Stokes, El café de los corazones rotos
Van a hacer 2 años desde que Ella no está – le digo a una amiga de mi mamá. Des-hojo los calendarios; las agujas siguen girando en el mismo sentido que hace 2 años atrás. Afuera, la gente pasa y la lluvia cae como en cualquier otro invierno. Todo sigue su curso, como los ríos. ¿Y los duelos?
La vida continúa y ver a alguien partir es parte de un proceso natural. “Nadie es eterno“, decía mi papá; y ya lo creo. Lo vi partir hace casi 5 años atrás y todavía recuerdo su forma de armar el mate, de sonreír cuando el chiste estaba cerca, de sus consejos a la orden del día. Su perfume, sus abrazos y el sonido de su voz, por el contrario, han encontrado la forma de ir desvaneciéndose a pesar de mis intentos de recuerdo.
Para la segunda vez fui precavida. Decidí grabar(me) los detalles de la mujer que me trajo al mundo comenzando a escribir sobre nuestro primer y último viaje. Empecé a labrar mi propia forma de transformar su amor en una huella indeleble, mi propia forma de hacer que aquella frase que ella me decía cuando niña llegara a quién la necesite: “Vos podés.“
Escribí un libro por una causa, con la esperanza de que todo aquel que se encontrara en la misma situación, encontrara en ese libro una nueva forma de viajar. Para que al leerlo cierren los ojos, aunque sea por un rato, y se sorprendan con el poema que cada ciudad tiene para ofrecer. Para que cada vez que aparezca Ella puedan tener un indicio de lo esencial: lo que el amor de una madre hace posible.
Hoy les escribo con emoción y un poco de nostalgia porque entiendo que “el tiempo no cura“, que por el contrario de lo que se suele decir, lo que se ve como una herida es en realidad un pulmón adicional. Haber perdido a mi papá y a mi mamá en menos de 3 años hizo que tuviera que enfrentar la magnitud de aquellos cambios mucho antes de lo esperado, cambios que todavía siguen arribando a mi puerta de embarque; cambios gracias a los cuales me veo y me siento muy distinta de la que era hace 4 años atrás.
Hoy les escribo y les digo que cada vez que extrañen a quien tuvo que partir lo busquen en los instantes que nos rodean: ayer vi a mi madre reflejada en una mamá acariciando a su hija en el colectivo; el mes pasado los vi a ambos en el amor de mis primos hacia sus hijos. El tiempo no cura, el tiempo nos entrega nuevas formas de ver y respirar. Inhalamos cambios y les damos un nuevo nacimiento.
Mi nacimiento: un libro. Para mí, para Ella, para Él, y para ustedes. Porque lo mejor que podemos hacer en estos casos es “sacar belleza de este caos” y abrir el corazón.
“Abre tu corazón y no tengas miedo de que lo rompan. Los corazones rotos se curan. Los corazones protegidos acaban convertidos en piedra”
- Penelope Stokes, El café de los corazones rotos
***
Antes de partir empañaré el vidrio con los labios en “O” .
Escribiré una palabra con el índice:
HIJA.
¿Lo ves? el cristal comienza a llorar y deviene la niebla de nuevo.
La palabra ha completado su ciclo de vida
comenzando a desaparecer…
Aún así, valió la pena escribirla…
aunque sólo durara por un rato.