“En medio de la selva de cemento, se puso a construir, a conservar, su propio mundo; un mundo en el que ella pudiera vivir. Esencialmente fue más un mundo de actitudes que de objetos, de valores personales que de ideologías abstractas, de apreciaciones estéticas que de ambiciones materiales. Casi instintivamente, trató de asirse a la que quizás es la única respuesta realista a todo desplazamiento permanente, sea del tipo que sea: la creación de un mundo íntimo e individual.”
- Gunther Stuhlmann, Introducción al Diario III de Anaïs Nin
En París el cielo había formado un nido de nubes y el tráfico había sido invertido a lo alto y a lo largo del cielo como el preámbulo de una tarde de cine. La lluvia y el viento se presentaban ante nosotras como la antesala del último recorrido por la ciudad en la que todo había comenzado; la ciudad en la que La Hija del Cambio había sido concebida.