“Señora, damita, joven, caballero, hoy le vengo ofreciendo un remedio como nunca antes lo había visto, presenciado o atestiguado; se trata de una sorpresa, una novedad, una cosa buena, única e innovadora, una receta que le viene sanando de estos males propios de nuestra ciudad, capital o urbe. Este medicamento le evita el cansancio, fatiga y adormecimiento, le limpia las vías digestivas desde la garganta hasta la parte final de los intestinos; asimismo le provee de vitaminas, minerales y proteínas, fortaleciendo su sistema inmunológico, apaciguando el sistema nervioso, aliviándole la depresión y curándole de todos esos síntomas que nos aquejan con la llegada del nuevo milenio, tales como úlceras, constipaciones, catarros, esclerosis, infartos, problemas de vesícula, hígado, riñones, anemia y por supuesto los molestos juanetes…. Llévelo, llévelo hoy como única oportunidad.”
Cualquier persona que haya vivido en la Ciudad de México sabrá identificar en esta larga perorata, el florido discurso de los llamados merolicos, conocidos vendedores de remedios con promesas de múltiples bondades pero de funcionalidad mínima sino es que nula.
Tratar de vender cualquier producto o servicio dotándole de particularidades que no tiene, es al menos, riesgoso, sino una estafa. Es una práctica común en los tianguis y ferias, sin embargo cabe la pregunta ¿sucede esto en el mercado formal? Con más frecuencia de lo que imagina.
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