Por: Fabio Lacolla
Los clavos no son una buena metáfora para el amor. Mientras el clavo inmoviliza y elimina el movimiento, el viento sabe dónde y cómo soplar. Depender de un clavo para que saque a otro clavo denota claramente la falta de herramientas para tales fines y un escasísimo sentido de la creatividad. La pretensión de que una nueva presencia hace olvidar una gran ausencia empobrece el día a día y nos transforma en seres compulsivos en busca de un parche con el contorno de una figura humana.
Entre clavo y clavo aparecen los amores puentes. Son vínculos “ni”, casi gratis y con la implicancia suficiente para salir al galope en cualquier momentico; amores generados en el seno del pasatiempo… amores mientras tanto.
El vínculo puente es aquel que llega después del temblor, su función principal es el suministro del oxígeno sea porque venís de un palo feo o porque te sacaste un gran peso de encima. En ambos casos los platos rotos los paga el otro. Son el “cómo sí” de una pareja, viven como si lo fueran, proyectan como lo hacen las de verdad pero con otro grado de implicación. Aprovechan un fin de semana largo para visitar el mar, van de shopping, cocinan juntos y frecuentan alguna que otra fiesta… la mala noticia es que tienen fecha de vencimiento. Por más que se besen en el Pont des Amours del Páquier de Annecy difícilmente estén unidos de por vida, cuando el destino desvía, no hay cascadita barilochense que lo tuerza.
En los vínculos puente vamos a diferenciar dos posiciones: el oxígeno y el oxigenado. El primero, o peca de ingenuo y no se da cuenta que está siendo víctima de un herido o tiene un narcisismo a prueba de cuchillos que cree que va a competir con un fantasma y encima le va a ganar. El oxígeno entra como por un “tubo” porque el oxigenado sostiene el “cómo sí” hasta los últimos minutos. Me hace acordar a los mosqueteros, esos tipos que andan por la calle con tres vasitos y una pelotita de goma espuma donde el ocasional caminante supone cierta facilidad para adivinar en cuál de los tres vasos se encuentra la bolita. El oxígeno cree saber y simula una dilatada paciencia para escuchar el lamento del oxigenado en relación a su vínculo anterior. Se hace el comprensivo y cree que sabe en qué vaso está la pelotita. Lo que no sabe es que, cuando la catarsis se acabe y el oxigenado recupere el aire, volará por los cielos cual gaviota de la costa mediterránea.
Dentro de los oxigenados encontramos dos tipos: a) el liberado y b) el torturado. El oxigenado tipo a) pudo sacarse de encima, por fin, ese vínculo que lo encadenaba a la vida cotidiana, que lo asfixiaba, que no lo dejaba estar con sus amigos. Logró que el otro entendiera de una buena vez que ya fue, que ya no hay nada y que cada cual por su lado de la sombra. Necesita recuperar el tiempo perdido y anda con los cartuchos a mano para cualquier tiroteo, de todos modos, necesita tener una relación cuasi estable a modo de revancha porque se le volaron las mariposas del estómago y no va a parar hasta recuperarlas; por eso muchas veces se termina enganchando con cualquier bicharraco con alas disfrazado de farfala. Busca en ese vínculo puente, el opuesto al vínculo anterior, con la ilusión de compensar o equilibrar absurdamente ese ideal de completud que solo buscan los que no hacen pie en el fragor de un oleaje. La completud es la mala fortuna del amor, en la ambición de buscar la completud más de uno se pisó los cordones y perdió los incisivos frontales y, como no le da el cuero para bancarse un implante, mastica con prótesis de acrílico los bocados endurecidos de los corazones cariados.
El oxigenado tipo b) busca reivindicarse como persona, viene de un sufrido ninguneo sistemático que duró seis meses más de lo que debía durar, se siente un grano de arroz en una fábrica japonesa de doble carolina. No la pasa bien con un vínculo puente porque se la pasa comparando todo el tiempo y, como le dura la posesión, considera que estar con otra persona es casi una infidelidad. Le aprieta el zapato y siente que está perdiendo el tiempo, que no hay nadie que pueda reemplazar al fantasmita y que no quiere lastimar a nadie. Pero… no puede, no quiere, no se banca, no tolera… estar solo. Todo lo que no pudo con el anterior se lo cobra con el siguiente. Todos los “no” no dichos en un vínculo se vomitan en el otro. La mala noticia es que llegás tarde, con la película empezada y con un final más que cantado.
Los vínculos puente habitan el mientras tanto. Aunque suelen durar pocos meses, no por eso, son menos apasionados. Son como los amores estivales constituidos por dos personas de diferentes ciudades que se encuentran al mejor estilo de Antes del amanecer donde en un momento que cada cual toma su rumbo y va viviendo lo que su neurosis le permite. No son gran cosa, pero fundamentales para aceptar definitivamente que la soledad es una buena inversión para salir a cazar mariposas.
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