Bajé de mi departamento y caminé las dos cuadras al garage donde dejaba la bici playera, mi favorita, le había puesto un manubrio en forma de “u” bien grande, para abrir bien grande el pecho y hacerme mi espacio en las calles de la ciudad que me tocaba compartir con los autos. También le había cambiado el asiento por uno muy acolchonado, el último complemento para que fuese el mejor transporte urbano desde que a los 13 perdí el derecho a tener a mi mamá de chofer y fui conociendo colectivos, después subtes, taxis y remises y hasta autos propios. La bici les ganaba a todos: independencia, velocidad, aventura, endorfinas.
Entonces, como todas las mañanas para ir desde mi casa al trabajo y después a la facultad, cargué la bici: la mochila atrás atada con elásticos y adelante en el canasto el almuerzo, la fruta de media mañana y dejar espacio para la ropa que me voy sacando en el trayecto, por el calor que me genera la tracción.Saludo al cuidador cuando salgo, miro que no vengan los monstruosos colectivos que pasan por la puerta y antes que se ponga en verde, cruzó a la avenida de enfrente. No tengo bicisenda que conecta punto de salida y punto de llegada, y ese día hacía pocos que había empezado el invierno, hacía mucho frío, y el sol daba del lado de contramano. Como era tan ancha y vacía a esa hora de la mañana, me subí a la vereda.
Dos cuadras antes de Av. Juan B Justo, en una esquina estaban dos autos parados esperando pasando la senda peatonal y una chica terminaba de cruzar en el mismo momento que la rueda de mi bici baja del cordón. Ahí veo un auto avanzando que no pensaba frenar: a pesar de la senda, los autos, la chica cruzando, mi bicicleta y yo arriba, a la que cada vez se acercaba más. Me di cuenta que me iba a atropellar.
Mire hacia el otro lado y cerré los ojos, de un impulso quedé acostada en el capó del auto. Respiré, estaba viva, no me dolía nada. Probé moverme y me bajé del auto, miro mi bici tirada y doblada más allá de la esquina, la fruta y el almuerzo desparramados por la calle, la mochila todavía aferrada atrás.Levanté la bici y doblé el manubrio que estaba dado vuelta, se acercaron la chica que cruzaba, después el conductor del auto “¿Estás bien?” “Sí, sí, sí” “Lo que pasa que como venías del lado contrario” “venía por la vereda, donde la gente cruza de ambos lados”. Terminé de doblar el manubrio y me subí, me di cuenta que había un montón de gente en las esquinas mirando, me quería ir volando de ahí.
La bici andaba medio doblada, y cuando pase Juan B Justo, lejos del lugar, me puse a llorar. Llegué al trabajo y en la escalera me encontré con Julia y Livia que me hicieron sentir mucho mejor. Después enseguida llamé a Ramón y él me dijo que llamará a mi papá.
*
Ahora ya es casi primavera, en el invierno seguí muy poco usando la bici, porque llovía, porque hacía frío, porque me cambié a la plegable que la puedo subir a mi casa pero es más incómoda para andar. Y la verdad que tengo ganas de tener un auto que antes no tenía.
Este texto fue originalmente publicado en Album, se llama “Un secreto*” porque mientras estabamos terminando de editar álbum, a mi me estaba pasando que no quería andar más en bicicleta. Por suerte ahora sigo pedaleando y descubriendo que felicidad me da*