Bajé de mi departamento y caminé las dos cuadras al garage donde dejaba la bici playera, mi favorita, le había puesto un manubrio en forma de “u” bien grande, para abrir bien grande el pecho y hacerme mi espacio en las calles de la ciudad que me tocaba compartir con los autos. También le había cambiado el asiento por uno muy acolchonado, el último complemento para que fuese el mejor transporte urbano desde que a los 13 perdí el derecho a tener a mi mamá de chofer y fui conociendo colectivos, después subtes, taxis y remises y hasta autos propios. La bici les ganaba a todos: independencia, velocidad, aventura, endorfinas.
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