Hace mucho que no ando en bicicleta.
En realidad hace poco pero con poca frecuencia, y cada vez que me subo y pedaleo es darme cuenta lo bien que me hace sentir. Respecto a todo. Y me agendo mentalmente que tengo que usar la bicicleta más seguido.
Es que antes vivía en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El colectivo me descompone, el subte me da miedo (estar bajo tierra entra tantísima gente). Ir a todos lados en bicicleta fue la solución mágica. Además trabajaba todo el día en una oficina, sentada frente a la computadora. Ir y venir en bicicleta me relajaba. Esa cosa de los músculos moviéndose, la sangre y el oxígeno fluyendo por todo el cuerpo te cambia la experiencia diaria.
Ahora mi rutina principalmente es llevar y trae a mi perro a su trabajo en Pet-Sur Tienda para Mascotas que queda a 20 cuadras de mi casa. Yendo con Fausto la mejor opción es ir caminando. La bicicleta con él por ahora solo la probé en una plaza y fue mucho más difícil de lo que esperaba.
También hago viajes más largos, a Yoga Iyengar en San Telmo y a la Facultad de Filosofía y Letras en Caballito. Pero eso solo lo hago en tren (que me gusta), combinado con subte (que odio), y aveces en combi.
Igual lo más peor de todo, no es que no ando en bicicleta. Es que ya casi no escribo.
Si hay algo que está mejor que andar en bicicleta para mi es escribir. Porque tengo el don de la palabra que hacía de mis textos mis piedras preciosas. Lo que más me gustaba, me curaba, me gustaba lucir.
Por eso estoy acá ahora, a la madrugada, en internet tratando de hace pedalear las palabras.