Preferimos ver un encuentro deportivo, enterarnos del chimento de turno, perder un par de horas con los dramas organizados de un talk show o caer en la paranoia del eventual asesinato al que estamos expuestos. Al mismo tiempo, el mundo complejo del siglo XXI parece empecinado en caer bajo su propio peso. El mundo se viene abajo y a nadie… ¿a nadie le importa?
Si el genial protagonista de Hombre Mirando al Sudeste giraba su cuello en esa dirección para recibir las directivas que lo ayudarían a salvar al hombre, pues que el hombre mira para otro lado, por no decir que mantiene los ojos cerrados. ¿Escapismo, negación, insensibilidad, apatía o simple distracción?
Es innegable que muchas cosas están sucediendo. Claro que también podríamos decir que siempre han sucedido y que la era de la información hace de lente de aumento porque somos capaces de enterarnos en el instante de un asesinato múltiple en China o de un secuestro en provincia de Buenos Aires. Todo mientras conducimos un automóvil acompañados de la voz digital de un GPS que anuncia una “zona peligrosa” donde es mejor no detenerse. Pero la realidad es un poco más profunda y me pregunto por qué es que se hace tan poco para solucionar lo que parece estar desmoronando las mismas bases de la civilización… y quizás el secreto esté en esa vieja idea popular de que el mayor éxito del demonio es hacerte creer que no existe.
Al pensar en esto me encuentro con que una de las mejores maneras de cubrir una verdad es bombardearla lo suficiente como para que sature. No hace falta más que encender la TV un rato para comprender lo que digo: miles de noticias muestran realidades terribles que confluyen en —incluso— canales dedicados 24 horas a la difusión del terror; también conocidos como canales de noticias. La saturación es tal que de pronto somos capaces de ver como algo normal que un poblado haya sido arrasado por bombas de una superpotencia que busca petróleo o que hayan raptado a una chica de la que ya poco se sabrá. Como mucho, se escuchará el comentario de alguna señora en la despensa: “qué bárbaro, que loco está el mundo”, pero no mucho más.
¿Quién nos dijo que eso está dentro de la norma? ¿Acaso están apelando a ese mecanismo de defensa mental que bloquea todo lo que nos hace mal?
Anestesia de la distracción, bloqueo mental del miedo… llamalo como quieras. La verdad es que ya tenemos callos en el alma y nos gustaría que sean más duros, cuestión de soportar mejor el dolor de lo cotidiano. A todo esto vemos como las iniciativas más o menos positivas de hunden en el olvido. Es que los agujeros de los gusanos de la corrupción son tan profundos que ya no sabemos a qué corporación responde el representante que hemos elegido. Si, esos mismos que tienen que velar por nuestros derechos, que deberían garantizar la educación y el bienestar, las reglas claras del juego comercial y laboral, la coherencia en la vida pública e institucional. Ellos, los mismos que reciben mensajes de texto indicando modificaciones a proyectos en beneficio de unos pocos, los mismos que se relacionan con la trata y el narcotráfico, el crimen organizado y gruesas cuentas bancarias. Esos mismos son los que terminan por descorazonar a los pocos políticos que se ocupan del pueblo y a las personas de buena voluntad que, como individuos, se ven solos ante un panorama que apabulla y desconcierta. Y no me refiero solo a problemas sociales, lo que le estamos haciendo al planeta, sobre todo en los últimos setenta años, no tiene nombre.
Desde las miles de pruebas nucleares hasta los billones de bolsas de supermercado que lo contaminan todo. Desde la tala masiva de árboles hasta los daños de la ganadería al ecosistema o los “campos de concentración y asesinato” de animales. Desde los sembrados con modificaciones genéticas —que acaban con la tierra, la salud y las abejas— hasta la polución del agua, dondequiera que uno vaya. El planeta está en riesgo y lo justificamos con el rótulo de “progreso” o salimos a buscar nuevos hogares cósmicos para reemplazar el que se nos muere.
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Nostradamus, Benjamín Solari Paravicini y varios otros pueden haber intentado advertir sobre las bondades y maldades de los tiempos que corren. Si hasta Newton se obsesionó con los años que nos toca vivir y predijo algunas cosas… ¿pero quién podría haber pronosticado tamaña estupidez?
Sí, porque no es otra que la estupidez humana la que permite esta suerte de pausado cataclismo. Es tan simple detectar el acto conspirativo y es tan simple dar un paso al costado que nadie lo toma en cuenta. Y las razones… se me ocurre que son pocas: o es porque no lo notamos o es porque el miedo que da separarse de la norma es muy grande. No creo que haya nada más aterrador que pensar por uno mismo, que ser crítico de todo lo que vale la pena criticar.
Sucede que al tiempo de tomar esta decisión uno se da cuenta de que lo que se corre no es un velo, es un maldito limitador mental que nadie se ocupa de controlar. Porque seamos sensatos, no estoy hablando de hombres en trajes grises parados en las esquinas, operando artefactos electromagnéticos para que funcionemos como robots. No, estoy hablando de un sistema destinado al horror y la distracción que solo basta con dejarlo enchufado. Nosotros hacemos el resto.
Basta con decirnos que un estudio confirma que preferimos las malas noticias para que sigamos consumiendo siempre lo mismo. Basta con decirnos que somos omnívoros para justificar un negocio millonario que es parte del hambre del mundo. Basta con decirnos que es muy difícil hacer cualquier cosa que queramos, para que nos demos por vencidos y trabajemos de lo que podemos, más que de lo que amamos. Basta con tratarnos como estúpidos, para que lentamente lo seamos. Basta con lanzar una noticia aterradora y trepidante, para que miremos asustados dejando de lado lo importante.
CLAVE SIMPLE: DESCONECTAR
Si llegaste hasta este punto es porque te interesa gestar un cambio. No soy un gurú de la nueva era ni un iluminado, simplemente me gusta impulsar el libre pensamiento. Para eso, te propongo una paulatina desconexión de lo que condiciona, de lo que se espera que seas, hagas o digas. Contrario a los miedos que provoca esta —posiblemente nefasta— propuesta, cuando uno se saca de encima las “presiones” de esta sociedad posmoderna es que se enfrenta con la esencia de la personalidad. Y sucede que estos conceptos primigenios suelen estar orientados a una existencia mucho más altruista y constructiva de lo que pensamos.
Es mejor ocuparse del mendigo que encontrar ese jabón de moda. Es mejor cuestionar la autoridad mediática si la misma va en contra de nuestros valores. Es mejor decir “no” antes que aceptar lo imposible por pertenecer. Todos podemos hacer algo y esos pequeños cambios serán gestación de nuevas conciencias.
Nada sucede de un día al otro, nadie va a llegar para salvarnos de nosotros mismos. Debemos comprender que los mismos procesos que nos dejaron en este punto son equivalentes y reemplazables por otros que nos lleven a un estado superior de humanidad. Paso a paso, intención a intención, hecho a hecho.
Se puede comenzar respetando un semáforo en rojo, usando la misma bolsa para hacer todas las compras, denunciando a un pedófilo, respetando a tu hombre o a tu mujer, mirando a los ojos de tus hijos o dedicando media hora al día a reflexionar sobre lo que es mejor, en un plano superior. Se puede comenzar apagando la TV y encendiendo la conversación familiar, se puede comenzar descartando la necesidad de consumo y de pertenecer para encontrar las verdaderas motivaciones en la vida. Se puede comenzar por elaborar un plan para mejorar la realidad que vivimos día a día, porque si suficientes de nosotros lo hacemos, los procesos irán revirtiendo y quizás nuestros nietos noten alguna diferencia.
DARSE CUENTA = RESPONSABILIDAD
Si estas terminando de leer esta nota es porque ya pensás en esto hace un tiempo. Darse cuenta, entonces, es tomar una responsabilidad. Ahora solo resta saber si eres capaz de renunciar al sedante de la distracción organizada y dar los pasos necesarios para mejorar, con tu grano de arena, este juego de espejismos que llamamos realidad.
Fernando Silva Hildebrandt.