Por: Emilio Fatuzzo
Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay en 1878 y murió en Argentina en 1937, a los 58 años.
La primera vez que lo leí, yo tenía cerca de 10 años, es decir, en 1991… Eran los cuentos de la selva.
Quiroga estuvo marcado por la tragedia desde muy chico.
Su padre murió dos meses después del nacimiento de Horacio, al dispararse de manera accidental con una escopeta.
En 1891, el padrastro de Horacio se suicidó con una escopeta, acto que fue presenciado por Quiroga de 16 años, cuando éste entraba a la habitación.
Decide viajar a Paris en 1900.
En 1901 mueren dos de sus hermanos de fiebre tifoidea.
En 1902 mientras le enseñaba a manejar una pistola a su amigo Federico Ferrando, con quien había fundado el grupo literario “Gay Saber” se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente. Quiroga fue detenido, sometido a interrogatorio y posteriormente trasladado a una cárcel correccional. Al comprobarse la naturaleza del accidente Horacio fue liberado.
Durante sus vacaciones en Misiones, Quiroga se enamoró de su alumna Ana María Cirs y no obstante la oposición de sus padres, se casaron en 1909. Cuando parecía que su segundo matrimonio marchaba bien, su mujer se suicidó en 1915.
Poco tiempo después también se quitaron la vida su maestro Leopoldo Lugones y la poetisa y gran amiga Alfonsina Storni.
Su nueva esposa e hija lo abandonaron y mientras su salud se deterioraba y decidió suicidarse con cianuro, la madrugada del 19 de febrero de 1937.
Les dejo una de sus hermosos poemas.
Noche de amor.
Noche de amor. Bajo la sombra cómplice:
La ingenua tentación. En la arboleda
El motivo de vida va pecando
Como un ensueño de precoz histeria,
Hay quemantes sudores en las pieles:
Sorda germinación en las arterias;
Protestas en las curvas no labradas
Y en tu pupila audaz, francas ofertas.
La idealidad se tiñe de rubores
Como un pálido lirio, de vergüenzas:
En los lechos abiertos y manchados
Se tiende la pasión. La noche arquea
Su gran complicidad sobre la falta;
El lirio de tu sexo se doblega,
Y señala tu carne temblorosa
El índice fatal de mis torpezas.
¡Oh la sed de mis labios, cuyos besos
Recargan la intención que nos rodea!
¡Oh el carmín de tus labios, cuyo orgullo
Palidece al fulgor de tus caderas!
Dame tu cuerpo. Mi perdón de macho
Velará la extinción de tu pureza,
Como un fauno potente y pensativo
Sobre el derrumbe de una estatua griega.