Cualquier trasposición fílmica que parta o se inspire en un texto literario consagrado, enfrenta la enorme dificultad, el desafío de poder representar en imágenes todo el esplendor y el universo que inventa la palabra literaria. Si, además, ese texto de origen, sea una novela o un cuento o una serie de ellos, inaugura un mundo a partir de una mirada, de una perspectiva novedosa, que desde el humor hace estallar las convenciones, lo predecible, para trasladarnos a una (i)lógica fantástica, surrealista o absurda, que introduce al lector en esa magia cotidiana de la que hablaba Breton, la empresa cinematográfica se convierte casi en un imposible, en una aventura digna de un cronopio. Continuar leyendo