Por: Mauro Gago
La conquista de Troya y el Caballo de Madera
… las olas braman de forma atronadora detrás de las naves de los griegos. La desazón por la muerte de amigos y compatriotas persiste, pero saben que la muerte del enemigo más temerario, el príncipe Héctor, les proporciona grandes posibilidades de alcanzar la victoria. La noche es apacible, ya que los troyanos aun no pueden asimilar el dolor y el golpe que significó no sólo ver morir a su hijo predilecto, sino percibir su cuerpo arrastrándose detrás del carro del pérfido Aquiles, que ahora permanece vejado en las cercanías de los aposentos del hijo de Tetis. Pero a Aquiles, en medio de la madrugada, la presencia de una sombra le hace sospechar de una epifanía, de un sueño revelador, tan real que hasta encarna olores. Sin embargo, al sentir una trémula mano sobre su hombro, toma su espada y se dispone a atacar, pero en vez de encontrarse con un guerrero, observa con asombro a un viejo encapuchado que le besa tiernamente una de las manos: es el rey Príamo de Troya, quién le dirige estas aladas palabras:
“Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene mi misma edad”. (…) Desde dónde esté su alma, sigue oyendo que su hijo está vivo pero mi desdicha es completa: He engendrado cincuenta hijos y a la mayoría el impetuoso Ares les ha doblado las rodillas (…) Y he osado hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo”
(La Ilíada, canto XXIV)
Lo cierto es que el valiente rey ha cruzado al campamento aqueo y ha entrado en los aposentos del más temible enemigo para reclamar el cadáver de Héctor. Al escuchar estas palabras, Aquiles rompe en llanto al recordar a su padre Peleo y también a Patroclo, y en un acto de bondad ayuda al tembloroso Príamo a levantarse y le jura que le devolverá el cuerpo. Se prometen, además, doce días de tregua, lo que duraban los festejos fúnebres propios de las personas de alcurnia…
Pasados esos días, un heraldo se acerca hasta el palacio de Príamo a anunciar que los griegos se habían marchado y que había un imponente caballo de madera en las orillas del mar. Ávidos de curiosidad se dirigen Príamo, Paris, Glauco, Eneas y otros guerreros a corroborar la noticia y, en efecto, se encuentran con la enorme mole de madera. El guerrero Timetes asegura que hay que llevarlo dentro de los muros, ya que es una ofrenda a Atenea y a Poseidón, mientras que Capys y Paris creen que es un artilugio de los aqueos para causarles aun más dolores. Al instante, guardias de Príamo traen a un griego que ha quedado solo en las arenas de Troya. Se dirigen todos a él por curiosidad y con asombro. Lo insultan y le propinan algunos golpes hasta que es llevado hasta los pies del rey, que le pregunta su nombre y el porqué no debería mandarlo a matar. El ingenioso griego responde:
“Mi nombre es Sinón, hermano del gran Palamedes, que fue lapidado por una infame estrategia del pérfido Odiseo, quien le guardaba un gran rencor. Ahora, el mismo odioso ha hecho lo mismo conmigo, alegando que para aplacar la ira de Atenea por haber robado el Paladión, es necesario sacrificar a uno de nosotros y que el indicado era yo. Pero en la oscura noche de la víspera, me oculté en unos juncales y logré escapar del Hades. No obstante, me han abandonado en estas tierras, con lo cual ahora no tengo lugar ni patria que me refugie”.
(Relato modificado basado en La Eneida, canto II)
Los griegos preguntan qué significa ese caballo de madera y Sinón responde que es una ofrenda para paliar el enojo de Atenea y también un obsequio para Poseidón, dios de los mares, para que les propicie un buen regreso a sus hogares. Asienten los troyanos, compungidos por semejante desdicha, y le ofrecen ser un ciudadano más de la gloriosa Ilión. Asimismo, entran el enorme caballo a las entrañas de la ciudad y se realizan grandes festejos por el fin de la guerra. Pero la peor pesadilla se enarbola en el seno del Caballo de Madera…
En realidad, Sinón es primo hermano de Odiseo y, por tanto, es un excelente simulador y creador de ardides. El propio Odiseo ha diseñado todo el plan para ingresar a Troya ya no por la fuerza, sino mediante la astucia. Ordena a Epeo, gran carpintero del ejército, a construir ese caballo hueco cuyo vientre es rellenado con los mejores y más valientes aqueos. En la fatídica madrugada, Sinón sale de su sala de huéspedes honorables de Troya y da la señal con una antorcha de fuego para que los griegos abandonen sus escondites. Salen los desaforados y abren las puertas de la ciudad, dando lugar al ingreso de todo el ejército. Asesinan sin piedad a los guardias, a hombres y mujeres que se les interponen, violan a las mujeres más débiles y empujan a los ancianos desde los balcones. Menelao se dirige hacia los aposentos de Paris, quien ya se encuentra entre las filas del ejército defensor, y rapta a Helena. Ayax, Odiseo, Diomedes e Idomeneo avanzan con fiereza en los interiores del Palacio y saquean e incendian las lujosas habitaciones. Aquiles, su hijo Neoptolemo, Acamante y su hermano Demofonte, el rey Agamenón ingresan al recinto del rey troyano y Neoptolemo lo asesina cruelmente. Mientras, el alma de Héctor aparece silenciosamente entre sus compatriotas, regando con lágrimas su rostro ficticio.
La defensa troyana se repliega y responde a los ataques. Paris, que a pesar de ser un débil guerrero es un hábil arquero, desnuda su saeta, apunta contra el asesino de su hermano, el gran Aquiles, y enfoca el objetivo. Sabe, desde su asistencia a las bodas de Peleo y Tetis, en dónde eligió a Afrodita como la diosa más hermosa, que el hijo de éstos tiene un punto débil: el talón. Ahí apunta el troyano y acierta en el primer intento: Aquiles cae dolorido y en esos instantes de agonía, recuerda a su padre Peleo, a su madre Tetis, a Patroclo, a su amada Briseida y a su hijo Neoptolemo. Recuerda asimismo el vaticinio del Oráculo, que le auguraba una gloriosa pero corta existencia. Se consuela, no muy convencido, con que cruzará la laguna infernal Estigia en la barca del demonio Caronte para rencontrarse con su amigo y con su padre. Así, en esa magia de visiones, expele su trémula alma que huye raudamente hacia el Hades…
Filoctetes, el gran guerrero griego que había heredado el histórico Arco de Heracles (Hércules), observa con dolor cómo el más valiente de sus compatriotas cae muerto por la flecha del autor de la guerra, el insolente Paris, y le apunta con el majestuoso arco. Su veloz e infalible saeta da en el corazón del troyano, quien cae muerto al instante y obtiene así su merecido premio por ser el causante de tantos males para su nación.
Las funestas llamas carcomen no sólo los muros sino también el espíritu troyano. Los altares de los dioses han sido arrasados y el humo ennegrece la grandeza pasada de Troya. En medio de la desolación, la diosa Afrodita llora el destino de su amada ciudad y se dirige rápidamente a su hijo Eneas, que aun lucha enérgicamente:
“Hijo, ¿no sería mejor que mirases dónde has dejado a tu padre Anquises, abrumado por la edad, y si aun viven tu mujer Creusa y tu pequeño Ascanio? (…) Huye Eneas, hijo mío y finaliza tu vana resistencia. Iré por todas partes contigo y te dejaré en el umbral de la casa paterna”
(La Eneida, canto II)
Haciendo caso a las palabras de su madre Afrodita, Eneas salva a su padre, a su mujer y a su hijo, escapándose de Troya. Su hado está marcado por los dioses y deambulará por los mares buscando la tierra prometida para fundar la nueva Ilión, la nueva y esplendorosa Troya; y su hijo, Ascanio, continuará su propósito con igual tesón, dejando a su vez la misión a sus descendientes, unos tales Rómulo y Remo…
Pero esa es otra historia…
De esta manera, sabemos de dónde viene la frase “Arde Troya”, con todo lo que ello implica: batallas, traiciones, acusaciones cruzadas y una gran debacle. Asimismo, estamos al tanto ahora de que las frases “Nuestro caballito de batalla” o “Nuestro Caballo de Troya” designan la apuesta a un determinado objeto, sujeto o plan que garantizará el logro del objetivo planteado, como hicieron los griegos, con su Caballo de Madera, para conquistar la amurallada Troya…
Aquí, un video que relata la conexión de los romanos con Troya y de Alejandro Magno con Aquiles…