Por: Mauro Gago
Conociendo la extraordinaria tierra de dioses y titanes
Cuando uno se sale de la autopista E75 que une Atenas con Tesalónica para tomar la intrincada ruta que nos lleva a Kalambaka, región de Tesalia en donde se encuentra la asombrosa Meteora, cree que su destino nunca llegará. Pero cuando nuestro objetivo turístico se alza de manera estremecedora ante nuestros ojos, habremos sabido que semejante viaje no fue en vano. Es que Meteora (o “monasterios colgados del cielo”, según la traducción más aceptada) recuerda en cierto modo a los paisajes inverosímiles de Avatar, la película producida por James Cameron. No por casualidad la transliteración de su nombre nos dice que esos monasterios que parecen nacer de la misma roca están suspendidos en el éter. Lo cierto es que este lugar de “comunicación con los dioses” es un destino ineludible a la hora de visitar la legendaria Grecia.
Meteora es una zona de montañas como en cualquier lugar del mundo pero lo espectacular, lo inaudito de este pueblo es que dichas montañas se erigen en forma de enormes estacas de roca que parecen lanzadas vehementemente desde el cielo. Precisamente, no es casual que los antiguos griegos creyeran el mito que explicaba la formación de ellas. La magnífica Meteora, en efecto, no escapa a las hermosas historias de la Mitología Griega, la cual nació para explicar a los antiguos griegos los fenómenos naturales, ya que las tierras helenas esconden lugares que ciertamente parecen creados por dioses.
Cuenta la leyenda que en la época de la Titanomaquía, la magnánima guerra que enfrentó a los Titanes contra los dioses, la fuerza bestial de los primeros puso en jaque el triunfo de los segundos, por lo que Zeus lanzó desde el Olimpo enormes rocas oblongas para cercar a los poderosos Titanes y encerrarlos así en esas prisiones improvisadas de piedra. Comandados por Cronos y Atlas, los gigantes sucumbieron ante los hermanos Zeus, Poseidón y Hades, que decidieron encerrar a su padre en el Tártaro y condenar a Atlas a sostener el mundo sobre sus hombros. La historia que contaban los antiguos helenos se hizo mito y ese mito aun hoy es presumido por los miles y miles de turistas que visitan Meteora anualmente.
Más allá de la leyenda de la formación de estas impresionantes estructuras de rocas, Meteora esconde otra bella historia desarrollada en sus proximidades. Se trata del mito de Dafne, la ninfa que habitaba felizmente estas tierras hasta que fue descubierta por el dios Apolo, el apuesto dios hijo de Zeus, quien engreído como pocos, intentó seducir a Dafne. Sin embargo, la joven se negó a ceder sus encantos al dios, quien lejos de rendirse comenzó a perseguirla por los boques. Aterrada, Dafne imploró a su padre, el dios fluvial Peneo (río que aun hoy se extiende por Kalambaka), para que la salvara. Accediendo raudamente al socorro de su hija, Peneo la convirtió en un árbol de laurel. Apolo, acongojado por su pérdida, consagró dicho árbol para sí mismo y coronó su cabeza con sus hojas, razón por la cual aún hoy así son coronados los atletas ganadores de los Juegos Olímpicos.
Pero más allá de sus leyendas, Meteora tiene obviamente su costado histórico. Los primeros monjes que habitaron las singulares montañas, en el siglo XI, eran ascetas que vivían en las cuevas que se formaron en las montañas, para estar lejos de los hombres y más cerca de Dios. Los primeros monasterios de los cristianos ortodoxos griegos se fundaron en el siglo XIV perfeccionando esta lógica de aislamiento y cercanía “al cielo” con construcciones espectaculares. Pero más allá del motivo religioso, también fueron erigidos con el fin de escapar de los turcos que invadieron Grecia en la Edad Media.
A pesar de estar situados en las altísimas rocas, el acceso a los monasterios es muy fácil y el camino es ameno. Claro, lo recomendable es recorrerla en auto o en un micro, porque las distancias entre unos y otros son considerables. Tomando como referencia la opción más cómoda, un desfiladero de asfalto conecta los seis monasterios que se pueden visitar, a saber: Agios Nikolaos, Roussanou, Gran Meteoro, Agios Trias, Varlaam y Agios Stefanos.
Como corolario, la experiencia de quien les escribe fue en un marco de una espesa niebla que se apelmazaba sobre las rocas y los “meteoros”, dándole al ya de por sí magnifico escenario un tinte “divino”. Y ahí, entre las titánicas rocas, la densa niebla, la lluvia celestial y los majestuosos monasterios, la respiración pesada de Zeus provocaba, incesantemente, escalofríos inenarrables…