Por: Mauro Gago
“Si hubiese de venir al mundo un dios, su misión debería ser la injusticia. La verdadera divinidad consiste en cometer la falta, no es disponer el castigo” [Friedrich Nietzsche, “Ecce Homo”, página 35]
Las críticas que Nietzsche ha realizado a lo largo y ancho de sus obras a la moral en general y a la cristiana en particular tienen su punto de inflexión en la célebre frase “Dios ha muerto”, que escandalizó a la opinión pública de entonces. La idea, más allá de las acepciones literales que pudieron tomar los devotos, remite a la concepción de un hombre que finalmente centra su atención en su propio Ser, que empieza a valerse por sí mismo, despojado ya de las cadenas de la vorágine religiosa. Y en efecto, de esto se desprende uno de los conceptos centrales del filósofo alemán: el de “Superhombre” como sujeto superador de ese “hombre” dependiente del dios de turno.
No obstante, la frase que se cita al comienzo de este escrito refleja de alguna manera el “accionar” de los dioses de la Mitología Griega, como si este último libro de Nietzsche hubiera estado en un lugar privilegiado en la biblioteca del Olimpo. A lo que apunto es a que, a diferencia del Dios cristiano y tal vez los de otras religiones, las divinidades griegas transgredían los parámetros del “buen obrar” y se abandonaban a una suerte de “libertinaje celestial” que sólo se justificaba en la omnipotencia de los más poderosos.
El caso más emblemático es el de Zeus. Sin dudas, el máximo dios del Olimpo nunca dudó de su despotismo y cometió los actos más sádicos (del marqués de Sade) que ni el hombre más libertino hubiera osado hacer. Los ejemplos abundan: En primer lugar, era el dios más infiel de todos para con su esposa Hera y como celebración de su ascenso como emperador de dioses, violó a Metis y luego se la comió embarazada para evitar que su hijo lo destronara; secuestró a la doncella Europa metamorfoseándose en un toro blanco; violó a Dánae, hija de Acrisio y madre de Perseo; se transfiguró con la apariencia del rey Anfitrión y se acostó con la reina Alcmena (de cuya unión nació Heracles); asesinó masivamente a los hombres cuando decretó el “Diluvio Universal”; enfrentó y destronó a su padre Cronos para acceder al poder; luego engañó a su propio hermano Hades en la repartija de los reinos, enviándolo a gobernar al Inframundo, etcétera. De tener tiempo y espacio, la lista de pecados podía continuar de manera eterna.
Sin embargo, por supuesto, no fue el único. Sus hijos se caracterizaron por ser casi tan libidinosos y crueles como él. Así fue como Ares traicionó a su hermano Hefesto acostándose con su esposa Afrodita; Artemisa hizo despedazar a Acteón con la voracidad de sus propios perros por haberla sorprendido desnuda; Afrodita asesinó a Hipólito por su elección de ser casto y por ello “deshonrarla” a ella; Hermes, a pesar de ser el dios de mayor inteligencia, utilizó sus dotes para robar y estafar a sus pares y mortales; tanto Atenea como Ares fueron belicosos e infundían en sus devotos las ansias de guerra y la pasión por la sangre rival; Hades raptó a Perséfone para tener su reina del Inframundo… En fin, éstos y muchos pecados más regaron la leyenda de los dioses en los mitos griegos.
Pero el caso de Dioniso es tal vez, tan estrepitoso como el de su padre Zeus. Ya de por sí era el dios de la lujuria y el vino. Tan promiscuo como borracho, era escoltado por un séquito de sátiros y ménades con los que recorría todos los pueblos promocionando las más execrables orgías, en las que no faltaban las prácticas de zoofilia y otros desmanes eróticos. Sus instigaciones a la excitación y al sexo desenfadado hicieron que fuera el dios preferido por los mortales, honrado principalmente en la antigua Atenas, que promovió el afamado “delirio dionisíaco”, que no consistía en otra cosa que en estar profundamente ebrio y entregarse a la más deleznable promiscuidad.
Ahora bien, ¿por qué eran los dioses griegos tan pecadores y, por consiguiente, la némesis del Dios cristiano? Para responder a esta cuestión habría que plantearse la responsabilidad de los creyentes. Con esto pretendo dar cuenta de algo que resulta determinante para entender la dialéctica entre dioses y fieles. Se suele decir en el mundo cristiano que “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza” y, por el contrario, pienso que la fórmula sería precisamente la inversa: somos nosotros, los hombres y no Dios, quienes creamos a las deidades a nuestra imagen y semejanza. Algo de esto ya había sido mencionado por algunos filósofos, principalmente por Ludwig Feuerbach, de quien un joven de nombre Karl Marx tomaría nota de sus escritos para comenzar sus indagaciones sobre la Ideología (sí, en mayúscula y en singular) comenzando por estudiar una de las más fuertes ideologías (aquí sí en plural) como lo es la religión. Lo concreto es que Feuerbach afirmaba que el hombre da cuenta indirectamente de su propio Ser, endosando a distintos dioses características que, en realidad, forman parte de sí mismo. Es decir, si decimos que “Dios es bondadoso”, en realidad estamos significando inconscientemente que el ser humano lo es, del mismo modo cuando aseveramos que Dios es omnipotente, celoso y castigador. ¿Qué otros atributos podríamos otorgarle a las divinidades si no son aquellos que conocemos por ser propios de nuestro Ser?
De esta manera, la conclusión es inexorable: los dioses griegos eran libertinos, infieles, arteros, crueles, vengativos y borrachos porque los helenos de entonces reflejaban indirectamente las cualidades de su propia existencia. “¿Por qué no hacer esto o aquello si “´los dioses lo hacen´?”, pudieron argumentar. Las particularidades de los dioses implicaban, de manera implícita, la justificación de sus propios actos. Por su parte, el Cristianismo más férreo de la Edad Media se encargó de edificar un dios “aburrido”, que castigaba la embriaguez y el goce sexual (“Predicar la castidad es incitar públicamente a faltas contra natura. El desprecio de la sexualidad es el desprecio de la vida”, decía Nietzsche). No por casualidad la Edad Media fue la etapa más oscura de la historia de la humanidad, que precisamente el Iluminismo (la Ilustración) vino a derrotar.
¿Cómo serán los dioses de la humanidad en el futuro? ¿Adquirirán una idiosincrasia evolucionada de los hombres o podrán finalmente “liberarse del yugo” al que los sometemos?