Cuando uno viaja en colectivo, en taxi o cualquier medio de transporte que vaya sobre la calle puede distraerse mirando por la ventana. Buenos Aires tiene un paisaje de lo más novedoso, lleno de detalles. Pero a la hora de tomar el subte las ventanas sólo dan a las paredes de un túnel oscuro. La mejor forma de distracción –si es que no llevamos auriculares o algún libro- es leer cuanta palabra nos encontremos en el camino. Y así surge la pregunta: ¿cuántas palabras leemos en un viaje?
El filósofo que se “graduó” en el colectivo
A modo de continuación de la nota anterior, ¿Cuántos libros al año se pueden leer en el subte?, nos centraremos en el colectivo. Al tratarse de una infinita cantidad de trayectos posibles, sería muy difícil realizar una estimación, más o menos certera, de cuánto se puede leer en este transporte público. Por eso, es mucho más preciso conocer la experiencia de Dario Sztajnszrajber, uno de los filósofos más relevantes de la actualidad.
Caligramas, ¿una especie en extinción?
El avance de las nuevas tecnologías nos permite apreciar nuevas formas de elaborar literatura. El arte de escribir tiene como fin contarnos un mundo imaginario y atraparnos en él mediante palabras, imágenes retóricas y significados. Con el tiempo la manuscrita comenzó a remplazarse por la máquina o por el teclado de una computadora. En este contexto, ¿dónde quedan los caligramas?
¿Cuántos libros al año se pueden leer en el subte?
Este posteo consiste en una simple cuenta que, tal vez, te resulte útil la próxima vez que vayas de tu casa al trabajo y viceversa.
Tomemos, arbitrariamente, un recorrido promedio de subte, por ejemplo: de Congreso de Tucumán a Palermo en la línea D.
El viaje total entre cabeceras tiene un tiempo estimado de 26 minutos: si lo dividimos por las 16 estaciones que conforman el recorrido, nos da algo así como un minuto y medio entre cada estación. Lo suficiente para leer una página por estación (si tenés más velocidad en la lectura, el promedio, desde luego, aumentará).
El misterioso mundo de las dedicatorias
El acto de regalar es una muestra de afecto y más aún cuando ese objeto está pensado exclusivamente. Lo mismo sucede cuando se regala un libro. Determinar cuál, es todo un desafío. Hay que recurrir a los gustos de la persona en cuestión para dar con el indicado. Una vez que ya lo elegimos, existe una tradición que no se puede evitar: escribir una dedicatoria en la primera página.
Lectores de librerías
Los hay de todos los tipos. Por un lado, están los que leen apenas el primer capitulo, para probar la prosa del autor (como si fuese un pantalón, que se prueba para verificar que se ajusta a las propias expectativas). Por otro, están los que, si el libro no es demasiado extenso, pueden pasar toda la tarde en la librería, hasta terminar la lectura. Por último, se puede mencionar a quienes si el libro es relativamente largo o leen con cierta lentitud, volverán, las veces que sean necesarias, hasta finalizar el texto.
El refugio de los oficinistas en el Microcentro
Una gran cantidad de personas pasan sus mañanas y tardes trabajando en el microcentro. Una de las zonas más pobladas por esas horas es el barrio de Tribunales. Allí se encuentran estudios contables, estudios jurídicos, comercios, librerías, oficinas, etc. Mientras que algunos ya han encontrado lugares transitorios en el área para distenderse y relajarse de la rutina, otros aún siguen sin conocerlo en profundidad. Para esos despistados que no conocen Tribunales más allá del camino que va de la parada de colectivo donde bajan hacia la puerta del trabajo, aquí les brindamos una alternativa. Pero eso sí: siempre de la mano de la lectura.
Los mejores lugares para comprar libros usados
Un libro usado puede incluir rasgos muy particulares: una misteriosa dedicatoria, frases resaltadas (por las cuales la psicología de su anterior dueño influye de algún modo en nuestra lectura), la aureola amarillenta que se expande en cada una de las páginas, dibujos extraños, anotaciones, reflexiones, o hasta una vital hoja faltante.
Además, la compra de un libro usado incluye otro aditivo, que, por cierto, está fuera de nuestro alcance, y que se resume en la siguiente pregunta: ¿por qué alguien quisiera deshacerse del libro que ahora tenemos en nuestras manos?
Literatura para ciegos
La lectura para las personas no videntes o ciegos -como prefiere Fernando que llamemos a quienes poseen esta discapacidad- trae consigo serias dificultades para acceder a un material literario.
Fernando Galarraga es una persona que tiene esta discapacidad. Estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad de San Martín y actualmente es Secretario General de la Unión Latinoamericana de Ciegos. Respecto de esta problemática nos contó sobre varias cuestiones que hacen a la falta de democratización del espacio literario, puntualmente sobre la minoría que él representa la cual hoy está siendo excluida del acceso a la literatura.
Lectores de colectivo: vos, ¿cuál sos?
El que no aguanta a subir.