Hay que pasar el invierno

#MamáPor2

Amo el invierno. Bah, lo amaba. Hasta que fui mamá. Es que, cuando empezaba a disfrutar del primer frío,  llegaron los mocos y la tos, el catarro y la fiebre. Y arrancó una catarata de virus y bacterias imposible de parar.

Que si los mandás al jardín desde tan chiquitos van a vivir enfermos porque se contagian todo, que dejalos en tu casa, vas a ver como no se pescan nada. Ya se me de memoria los dimes y diretes de madres y abuelas en contra de la escolaridad antes de los dos años. Pero, como estoy segura de que hay muchas del otro lado del monitor que sufren conmigo, quiero hacer catarsis y contarles que también somos blanco de todo bichito que circula por el aire.

El martirio arrancó hace varias semanas, cuando la mínima se fue por debajo de los diez grados. Desde aquel día, las velas de las narices de los chicos aparecieron para nunca jamás irse. Perdón si les da un poco de asco pero tengo que ser ilustrativa. El primer moco fue acusoso y molesto, como líquido que caía desde sus narices. Con el pasar de los días se fue poniendo amarillo y más espeso, con tintes verdosos, acompañado de una tos molesta, sobre todo de noche. Y vino la fibre, ¡bingo!  ¿El primer diagnóstico? Neumonitis. Primero uno y, obviamente, después el otro (así es la vida de la madre múltiple, nada es de a uno, todo es de a dos).

La enfermedad trajo aparejada una semana sin jardín. Cinco días eternos y aburridos. Las primeras 48 horas fueron duras porque se sentían pésimo y apenas esbozaban sonidos más que llantos. Gracias a los mágicos antibióticos, los siguientes tres días estuvieron estupendos, desbordantes de energía y se convirtieron en dos huracanes que dieron vuelta el departamento.

Fue un lunes cuando regresaron al jardín sin carilinas ni pañuelos, impecables e impolutos. Les duró poco, obvio, porque cuando los fui a buscar empezaron los tímidos  “achís, achís” y otra vez sopa, arrancó el círculo vicioso que terminó diez días después en una bronquiolitis.

Guardia va, guardia viene. Pasar los 39 de fiebre con llantos desesperados (míos y de los chicos). Toses, toses y más toses que  me hicieron sufrir de a poquito. ¡Cómo atacan estos bichos a nuestros enanos! ¡Cuánta fortaleza a pesar de su corta vida!  Otros cinco días más en casa, inventando actividades para pasar el día y haciendo malabares para dormir de noche. Cremas con tomillo para purificar los pulmones, baños de vapor, nebulizaciones varias veces al día (casi imposible), humidificador en el cuarto y hasta probé con una cebolla partida que impregnó de olor asqueroso  toda la casa pero juro que fue infalible contra la tos nocturna (gracias @sofiasolamente por el datazo vía twitter).

En fin, recién hace dos días salimos de este cuadro (ellos, porque ahora la apestada soy yo) y toco madera para que gocen de buena salud al menos un tiempito más. Aunque lo dudo, porque hoy ya aparecieron otra vez las benditas velas vaticinando que algo nuevo está por llegar. Y bue, habrá que pasar el invierno…

¿Cómo combaten tanta peste? ¿Las mamás primerizas? ¿Las mamás cancheras?