Votamos sapos

#Minitah

“¿No ves mi capa azul? Mi pelo hasta los hombros. La luz fatal, la espada vengadora. ¿No ves que blanco soy, no ves?”, reza Eiti Leda de Serú Giran.

Fuente: Pinterest

A través de las generaciones las novelas literarias y las películas románticas nos han convencido de esperar la llegada de un príncipe. Ese galán que atraviesa millas y surge entre la nebulosa con un ramo de rosas sin espinas y una declaración de amor majestuosa a la que ninguna mujer podría resistirse.
Cuenta un cuento que hay que besar sapos hasta que el elegido se transforme en el hombre soñado, sin embargo, hay más ranas que nobles en éste estanque. Y  la voz de la conciencia siempre nos alerta de que éste príncipe  se la da de guapo, y también envía mensajes a otras princesas.
“I’m just a boy standing in front of a girl asking her to love him”, frase matadora. ¿A cuántas otras se habrá levantado Grant con éste terrible verso? No seas ilusa Julia, no creas que fuiste la única.
A las minas nos encanta pedir sinceridad, al pedo. Nos creemos capaces de reconocer un chamuyo barato a la legua, un “Hola hermosa”, al que nuestro interior reacciona como un infante emocionado pensando que realmente  somos bellas ante sus ojos. Hermosa es Doutzen Kroes, el resto es lisa y llanamente género femenino.
O la pregunta de barra de boliche: “¿Te dijeron que sos muy linda?”. Sí, mi papá cuando me vio vestida de blanco el día que tomé mi primera comunión y tuvo la ilusión de que fuera sierva de Dios el resto de mi vida. Pobre.
Nos gusta pensar que podemos cambiar a los hombres, que algún día dejarán de priorizar los partiditos de Play con sus amigos para ver una película con nosotras, y nos pasarán los Kleenex mientras nos emocionamos. Que suspenderán el “papi” del domingo para pasear, cual veteranos post Bodas de Oro, por La Boca y de paso aprender a bailar Tango. Sin embargo, la realidad nos muestra otra cosa.
No hay teoría que fundamente la histeria del hombre, ése afán de querer tener a todas, y a ninguna. De sentirse ajeno al sentimentalismo berreta. De jugarla de campeón ante el género masculino, un reo de la vida amorosa. Y nosotras lo sabemos.
Las minas tenemos una especie de radar que alerta “Idiota a la vista, idiota a la vista”, cada vez que un Don Juan se nos cruza en el camino. Pero existe una fuerza superior, a pesar de saberlo un gil de goma, nos emociona el desafío de cuán lejos podemos llegar. Y luego, esos dos caminos: Te deja en la banquina, o te cansas y huis.
Es que las mujeres somos jodidas. Buscamos un gris que no existe. Por eso nunca cambien, los queremos así, sapos.