Por: Paula Denis
La depilación, el ciclo menstrual y bancarse las apoyadas en el bondi, son sólo algunos de los padecimientos más frecuentes de la mujer. Pero sin duda alguna, el podio de los momentos incómodos se lo lleva… la visita anual con el ginecólogo.
La pesadilla de las consultas médicas no sólo te inhibe física sino mentalmente, al punto en que, desde el momento que solicitas el turno, te avisan que no podes tener sexo el día previo la cita.
Pasas al consultorio y en sólo 5 minutos el médico te hace el cuestionario más intimidatorio de la historia: ¿Es virgen? ¿Es sexualmente activa? ¿Está en pareja? ¿Tiene relaciones promiscuas? ¿Utiliza algún método anticonceptivo? ¿Estuvo embarazada? ¿Tiene alguna molestia al orinar?
Y como si fuera poco, después de arribar al lugar como una princesa (ropa interior nueva por las dudas) te piden que te desvistas y te pongas “una batita”. Hay pocas cosas más tristes en la vida que quedarse en bata hospitalaria: la parte de atrás, en donde se ata, no deja nada pero nada a la imaginación de quien te vea de espaldas.
“Recostate en la camilla” son las peores cuatro palabras que podes escuchar. Las que le siguen son aún más viles: “pone una piernita en cada lado y la cola bien para adelante”. Vos, en tarlipes y con la dignidad, para esa altura, ya por el suelo le haces caso.
Hay ciertas cosas que el común de la gente debe saber: Cuando te dicen “no te va a doler”, duele; cuando te dicen “respirá profundo”, te van a pinchar; cuando te dicen “relajá”, pensás en mil cosas; y cuando te dicen “flojita, flojita”, los músculos se te contraen cual fisicoculturista.
Con las piernas abiertas de par en par, el ginecólogo saca a relucir su ecógrafo, cuya estructura es similar al Obelisco de la 9 de Julio. Le pone un preservativo encima como si fuese un miembro masculino, y por encima, emulando un programa de repostería de Utilísima Satelital, lo decora con un copo de gel lubricante en la punta. Una obra de arte.
Previo a introducirte el simpático artefacto, escuchás todas las frases engañosas juntas: “No te va a doler, relájate y respira profundo, flojita flojita”. Inhalas, exhalas, contraés y te das cuenta de que hay algo en tu cuerpo que no anda bien. Para empeorar el momento, el médico te induce a una charla de ascensor: ¿de dónde sos? ¿Qué estudiás? Y mientras hilas la respuesta sentís como mueve de un lado al otro el miembro plástico que tiene en la mano.
“Ya está. Vestite” y alivio espontáneo. Saludas alegre sabiendo que no le vas a volver a ver la cara en lo que resta del año pero, a saber: Aunque sea anual, aunque el profesional conozca hasta tu signo de zodíaco, aunque pasen décadas de controles y aunque ya no te quede amor propio por perder, siempre es un momento de mierda.