Por: Ana Guadalupe Llano
(Nota escrita en colaboración con Daniel Llano)
La historia sucede en el condado de Durham, nordeste de Inglaterra, durante la huelga de mineros de 1984: la más larga de la historia británica, bajo el mandato de la dama de hierro, Margaret Thatcher. En ese momento, en todo el mundo el neoliberalismo intentaba desregular el trabajo y someter a los sindicatos.
En dicho entorno, Billy, huérfano de madre, vive con su abuela, su padre Jackie y su hermano Tony, ambos mineros y activistas gremiales.
Jackie envía a Billy a clases de boxeo, pero éste no se destaca ni disfruta de tal deporte.
En el mismo club al cual asiste se dan clases de ballet. Por pura curiosidad, y para espiar a las niñas en tutú, Billy se cuela en una de ellas. La profesora lo descubre y lo incluye con naturalidad, sin ver su actitud como reprensible. El ballet es un mundo totalmente desconocido para Billy, que a pesar de todos los tabúes que lo rodean, descubre que tiene talento y puede expresar sus sentimientos a través de su cuerpo, algo inaudito y maravilloso a la vez. A espaldas de su padre, Billy deja el boxeo y comienza a asistir a ballet.
Su profesor del gimnasio va a la casa de Billy a contarle a Jackie que su hijo no está asistiendo al ring, ante lo cual el padre enfurece y encara al niño. Billy confiesa que en cambio se dedica a la danza clásica, pero no se arrepiente. Por supuesto que –dadas las circunstancias sociales y el machismo de ese espacio social– Jackie no entiende la pasión de su hijo y mucho menos la acepta. Desde su punto de vista, el ballet no tiene sentido, es cosa de mujeres.
Enfrentando al entorno hostil y pesar de sus once años –con seguridad digna de un adulto– Billy se reafirma. Invierte todo su esfuerzo en seguir adelante con la danza y tiene el apoyo absoluto de su profesora.
La decisión del niño, al hacerse pública, genera múltiples reacciones y la película comienza a abrirse en muchos planos diferentes, que son tratados son verdadera maestría por el director Stephen Daldry (Las Horas, El Lector, Tan fuerte y tan cerca). Cada personaje tiene una individualidad rica y marcada, incluyendo a los secundarios. El espectador se identifica con cada uno de ellos, sin tomar partido. Cada posición está justificada y excelentemente interpretada.
En su sencillez es uno de los films más impactantes, emotivos y bien logrados que he visto. Tiene, además, una banda sonora (de la que ya hablé en otra nota) que acompaña a la perfección. Recomiendo que descubran la resolución de esta historia por sí mismos. Creo que, con profundidad y humorismo, cierra exitosamente la carga de emotividad que transmite.
El triunfo de una lucha por la propia identidad.