La semana pasada recibimos una consulta, de un conocido portal que chequea información pública, sobre los spots de campaña. Nos preguntaban entonces, cuál creíamos era su funcionalidad y qué relación guardan con datos que puedan ser verificables.
La preocupación del periodista en cuestión radicaba en que, según su visión, lejos de recurrir a afirmaciones contrastables con la realidad, los spots sólo giraban en torno a frases con poco contenido político.
Efectivamente, puede decirse sin exagerar que el objetivo de los spots lejos de suministrar datos a la discusión pública, es el de generar conocimiento y recordación de un candidato. Un uso en lo absoluto nuevo o vinculado a un modo emergente de hacer política en la Argentina. Por el contrario, forma parte integral de un proceso más amplio, de más de 20 años en el país, donde la importancia de los indecisos al momento de definir una elección creció significativamente. Una tendencia verificable, incluso, a nivel mundial, pero que en Argentina tiene como correlato el proceso de “despartidización” de la política.
La importancia de los indecisos es correlativa, a su vez, a una pérdida de importancia de los datos y del programa de los partidos. En una palabra, con la pérdida del valor programático (si bien es cierto que subsisten partidos con un fuerte compromiso en este sentido), la funcionalidad del spot quedó reducida a captar el interés de esos indecisos para que conozcan y recuerden a cierto candidato.
Ahora bien, este cuadro de situación no implica –en lo absoluto- que spots “impresionistas” y con cierto componente “zen”, como los que hoy pueden verse en los espacios de televisión abierta (en donde predominan palabras como “juventud”, “energía”, “positividad”, “unión” y “diálogo”, entre otros), tengan necesariamente un mayor efecto o “poder” sobre sus audiencias. Después de todo, los efectos de un spot guardan relación con el clima político general y con ciertas corrientes en un determinado momento a nivel de la opinión pública.
En una palabra: la tendencia a que haya más spots de este tipo responde menos a su eficacia que al carácter decisivo –como decíamos antes- de los indecisos. Un segmento menos a fin al desarrollo de programas y más vulnerable a las impresiones y buenas intenciones. Se busca conmover al indeciso y no ya convencerlo. Se intenta, por todos los medios posibles, evitar “discutir” con él.
Dicho esto, existen partidos que mantienen su decisión de presentar programas o propuestas en los avisos audiovisuales. Iniciativas –por cierto- que tienden estar más a la izquierda del arco político que a la derecha del mismo.
En esos casos, los datos suelen cumplir dos usos básicos y antagónicos, entre si. El primero es dimensionar los resultados de la gestión, en el caso de un candidato oficialista. El segundo, en cambio, busca discutir esa gestión de gobierno, en el caso de la oposición, por ejemplo, o bien visibilizar aspectos que están por fuera del “relato” oficial. Una función fuertemente polémica, que busca discutir y disputar, por sobre “conmover” o “emocionar”. Algo –curiosamente- a lo que gran parte de la oposición ha renunciado y que pone de manifiesto la trampa lógica en la que (parte de) la oposición ha decidido colocarse a sí misma. Después de todo, porque se emociona en la unidad y se discute en la diferencia, la apelación a slogans de “reconciliación” y “diálogo”, sólo puede hacerse a costa de sacrificar la discusión política de fondo sobre proyectos y formas.