Antonio “Falucho” Ruiz fue testigo de muchas batallas, de mucha sangre y de muchos muertos. Por eso, su cuerpo, plagado de cicatrices, quedó inmortalizado en el bronce.
Su carne fue construida con la misma paleta de colores que la estatua.
Falucho era negro, y no se sabe dónde nació, aunque probablemente haya sido en África. Algunos dicen que fue nacionalizado argentino, aunque vivió en incontables pueblos y parajes.
Lo único que se pudo comprobar de él es que sirvió en el Ejército del general José de San Martín, enfrentó a los realistas por Bolivia, Chile; y resultó muerto en el Callao, un gigantesco barrio de Lima, Perú.
Protegía la Fortaleza del Real Felipe, un enorme castillo-cuartel construido por los españoles tras su irrupción armada en Sudamérica. Fue bautizado con ese nombre en honor al rey Felipe V.
En el proceso de la guerra independentista encabezada por los patriotas de los Virreinatos, el castillo fue recuperado por las tropas españolas, en 1824.
Esa noche de febrero, según cuenta el mito transformado en libro, el soldado argentino Falucho, que servía en la fortaleza ocupada, fue obligado a izar la bandera ibérica.
El hombre se negó, le apuntaron con los rifles y volvieron a darle la orden. Entonces, Falucho gritó.
“¡Viva Buenos Aires! Malo será ser revolucionario, pero peor es ser traidor”
Hoy, el negro Antonio Ruiz mantiene su línea. Permanece como murió y como vivió, al pie de un cuartel; y en una plaza que lleva su nombre. Nada importan los edificios que lo enmarcan, o si parece perderse entre líneas de colectivos que martillan el asfalto. Su temple esta ahí, firme, en el bronce.
Crédito fotos: @belisariosan
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