No puedo evitar pensar que en estas tierras la incipiente prensa local Argentina, retrataba en folletines la organización miliciana para resistir las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Hoy estoy parado en medio de un enorme centro comercial a cielo abierto. En el barrio de Palermo. En estas tierras, los cronistas ahora pintamos la silueta de la gente caminando entre negocios. Las notas, ávidas vivas, buscan atraer clientes. El barrio de Palermo es, quizás, la mejor expresión del la contracultura mercantilizada. En la noche de la Plaza Julio Cortázar, y sus alrededores, conviven turistas, artistas yupies, la troup de la intelligentsia nacional; algunos mendigos y una planta permanente de porteños vecinos del barrio, de segunda y tercera generación. Un nudo gigantesco, posicionado en el seno del pulmón verde que se forma por la junta de Plaza Italia con los bosques del Rosedal. Al pie de esa bocanada en medio de la furia, está la calle Jorge Luis Borges, en su intersección con Avenida Santa Fe, estación subte Linea D.
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“Jurabildo”, la famosa esquina de Belgrano
La Avenida Cabildo nace en la oscuridad del viaducto que atraviesa, bajo tierra, la Avenida Dorrego. A la altura de la estación de subte y de trenes Ministro Carranza. El cruce es custodiado, día y noche, por un mural de Miguel Abuelo que permanece quieto bajo la letra del Himno de mi corazón: Nadie quiere dormirse aquí/algo puedo hacer/tras haber cruzado la mar/te seduciré/por felicidad yo canto. Desde las palabras en esa plaza, hasta el Puente Saavedra, todo el asfalto lleva el mismo nombre. El recorrido tiene más de 60 cuadras y se extiende hacia el noroeste, atravesando Palermo, Belgrano, Núñez y Saavedra.